viernes, 17 de noviembre de 2017

Veinte años de 'Contra Catalunya'

1. Se lo oí por primera vez aplicado a Mario Vargas Llosa en un acto de Libres e Iguales. "Nuestro Mario Vargas Llosa", dijo, y así que el posesivo dejó de serlo por entero, evocando, antes que propiedad o adulación, un afable parentesco moral. Andando el tiempo, no hubo un periódico que se resistiera a encabezar el tuit de cualquier noticia que firmaran sus redactores con ese mismo nuestro, confiriendo así a la firma una familiaridad (y una garantía de calidad) de la que de otro modo habría carecido. Hablamos de un hombre, en fin, que no hace un mes dijo "No, lo que ha ocurrido en Cataluña no ha sido un golpe, sino una revolución", y puso en fila india a todo el periodismo, que seguía creyendo que los golpes son malos y las revoluciones buenas. Como de costumbre, más de un columnista incrustó en su folio esa reflexión, y por seguir honrando a aquélla, sin atribuirle el copyright. El reconocimiento de la autoría ajena es la única marca estilística que nunca le han copiado.

2. En 1997, Arcadi Espada publicó su más celebrada blasfemia contra la ufanía imperante en Cataluña. En un redoble de causticidad la llamó Contra Catalunya, la execración con que el nacionalismo solía desacreditar al discrepante, y cuyas siglas coincidían con las de Crist i Catalunya, semillero del pujolismo. La consigna, voceada por Jordi Pujol desde el balcón del Palau de la Generalitat a propósito del caso Banca Catalana, había sumido a la política y el periodismo locales en una suerte de atonía por la que las críticas devinieron en objeciones, las objeciones en sugerencias y las sugerencias en ruegos y preguntas. La intimidación surtió tal efecto que aquella trama de genuflexiones y sobrentendidos, de murmuraciones y rialletes, terminó por llamarse Oasis. En esa charca impactó Contra Catalunya, un informe levantisco que, además de sancionar el fracaso del pujolismo en todos los órdenes imaginables (de la arquitectura a la museística, del paisaje a la cocina, de la ética a las artes), denunciaba la necesaria cooperación en el estropicio de al menos dos generaciones de intelectuales que, macerados en el suc (el jugo, vocablo con el que Espada designa el líquido amniótico de la corrección política catalana, y cuya sustancia principal fue la supuración residual del PSUC), habían convenido con Pujol en que Cataluña era poco menos que un reducto plusvalítico. Algo más. El catalán era algo más que una lengua; el Barça, más que un club, y Marta Ferrusola (hasta ese moño llegó la riada), más que una mujer. Análogamente, y en una sobreactuación, los museos no podían ser sino museos nacionales, y de los organismos públicos debía pender un pleonásmico Catalán. Espada desveló el trampantojo y cartografió una Cataluña inédita, cuyos rasgos principales eran el clientelismo, la fealdad y la incuria; un páramo, en suma, donde el único suceso relevante era el fragor urbanístico de la Gran Barcelona. El resto, monte y culebras. O, como él mismo dejó escrito en un reportaje del Brusi, "sol i mosques".

3. Conforme a lo que luego llamó making-of, Espada hablaba sin ambages del proceso mismo de escritura (tantas veces supeditado al calor o al apetito), se refería al imperativo periodístico de ir cosiendo los lugares a las personas; o, en un alarde de narrativa cuántica, sobrevolaba Europa para ir de Montjuic a la barra de un bar de Bruselas, donde un tal Barral, director del MNAC, recogía tickets de entre el serrín para pasarlos como gastos. Y sí, además acuñaba conceptos con una naturalidad asombrosa: achique, Nosaltres SA, suc… útiles semánticos con que descifrar la realidad, tantas veces esquiva a la Academia. Y todo ello sin falsillas ni andamios, como si el texto fuera un fluido eléctrico, una inteligencia a cielo abierto.

4. Decenas de nacionalistas han leído el libro y lo tienen en alta estima. No sólo porque se rindan a la inobjetable brillantez de sus planteamientos; me da que, además, lo consideran un libro patriótico, algo así como un brillante diagnóstico sobre el que erigir la nación del futuro. Debo desengañarles. El regeneracionismo que, bien es verdad, rezuma el comienzo de la obra se diluye a medida que en el viajero va prendiendo la sospecha de que tal vez Catalunya tenga arreglo: es él quien no lo tiene.

5. El libro concitó el desprecio general de sus colegas, pues también ellos (o sobre todo ellos) encarnaban esa fatua Catalunya que decía "quelcom" por no decir "algu". ¡Valiente!, le dijeron los menos. Fue la más sutil de las descortesías. La valentía, después de todo, es una mercancía a l'engròs. Para cuadrar este párrafo, en cambio, hacen falta otra clase de alianzas.

Perdieron. Aquella noche perdieron. Yo pude irme a casa de madrugada sabiendo que el aterrorizado Pernau descansaba en la paz de la victoria. Pude dar un rodeo de madrugada, como me gustaba darlo en mi precaria moto de entonces, un rodeo por la ciudad siguiendo la sentencia de aquellas noches en que estaba uno muy cansado y muy contento y la moto en marcha y el viento me decían al oído, no temas, eres inmortal.
6. En estos años, Espada le ha sacado lustre al estigma con cada uno de sus trabajos. Catalunya, por su parte, sigue hueca, sin más conversación que su pleito crepuscular con España.


Libertad Digital, 17 de noviembre de 2017

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