-Jose, tráeme un bañador de tu padre antes de las tres.
-¿Un bañador? ¿Para quién?
-Para Pasqual.
El hundimiento de Barcelona, en fin, prometía emociones fuertes. Los celos de mi abuelo, sin ir más lejos, no apuntaban al vecino, al butanero o al lampista. No, apuntaban al alcalde, al Pasqual ese, especie que él mismo se encargó de propagar por la Barceloneta. Que supiera la banda de quién se guardaba él.
Esa misma noche, mientras cenábamos en familia, vimos a Pasqual cabeceando una ola... con el traje de baño de mi padre, que lo ignoraba todo.
Fue él, por cierto, quien de veras cortó la cinta:
-¡Mirad, el alcalde con un bañador igual que el mío, para que luego digáis que soy un hortera!
Regresé al Ayuntamiento cinco años después, esta vez para decirle a mi abuela que su hijo había muerto. Fue el único día en cuarenta años en que no fichó al salir, si bien antes quiso asegurarse de que el Ayuntamiento quedaba como oro en paño. Se llevó la bata celeste consigo: le faltaban unas pocas semanas para jubilarse y ya no volvió a ponérsela.
No perdió el hilo.
De Clos le gustaba que irradiara tantísimo optimismo ("demasiado, tal vez"); de Hereu (un incomprendido, decía) le enternecía su afán en parecerse a Maragall; a Trías lo caracterizó como un pobre hombre. Colau le recordó los días en que el desaliño irrumpió en el Ayuntamiento y Barcelona estaba abocada al caos. No hace mucho, después de oírme criticar una de sus iniciativas, me recriminó que hablara así de la alcaldesa. "Es la alcaldesa", me dijo. Fue, ya digo, una mujer de orden. Ni mentarle quise que en ausencia de la alcaldesa, el alcalde en funciones era un argentino en bermudas, ché. Y entendí como nadie ha entendido en este mundo el sentido de la película Good Bye Lenin!
Anoche murió, después de 89 años (creí que eran 90, pero con el papeleo vi su dni y ponía 29 de febrero de 1928). El médico cubano que vino a administrarle la sedación, a quien Dios tenga en su gloria, le dijo a mi madre que no se preocupara, que lo que mi abuela experimentaría es algo parecido a un viaje en avión con feliz aterrizaje. Ella, que nunca había volado.
Descanse en paz. Un abrazo y ánimo. Quizá hoy no le importe, pero cada vez entiendo más cuando Andrea Mármol dijo "y escribir como Pepe Albert de Paco".
ResponderEliminarMuy emotivo. Descanse en paz
ResponderEliminarLo siento Pepe. Un abrazo.
ResponderEliminarHermoso.
ResponderEliminarUn abrazo
Mucha sensibilidad y ternura sin caer en la sensiblería... Hilación narrativa muy cómoda y afable para seguir
ResponderEliminarUna mujer de orden. Con buen criterio y con carácter. Grande tu abuela.
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