sábado, 17 de junio de 2017

Tuiteando el Bulli

Técnicamente era posible. Había un paso intermedio que los informáticos del periódico debían resolver aquella tarde, un ajuste menor del que no recuerdo los detalles, pero una vez salvado ese obstáculo, nada había de impedir que el columnista Salvador Sostres tuiteara una cena desde El Bulli. “Que se entienda”, le previno el director, Arcadi Espada, que, como buen críptico, se irritaba ante la prestidigitación verbal y, en general, ante cualquier tentativa de virtuosismo que convirtiera el relato en un galimatías. A Sostres también le preocupaba hacerse entender, sobre todo a partir de la tercera copa. “Del Bulli se sale algo tocado”, nos aclaró a Jordi Pérez Colomé y a mí, que solíamos atender con regocijo sus aventis de ‘tiet-recién-llegado-de-París’. Sea como sea, el anuncio a los lectores de que Salvador Sostres tuitería una cena desde el mejor restaurante del mundo contenía el germen de lo indómito, la promesa, bien que incierta, de encararse con el futuro.

Al margen de la novedad que suponía incrustar el tuit en la cascada de noticias, se trataba de la primera temporada otoñal del Bulli, que hasta entonces sólo había abierto en los meses de primavera-verano; la primera vez, en fin, que Ferran Adriá se adentraba de lleno en el recetario de las setas, la caza y los consomés (un tour de force encomiable, máxime si tenemos en cuenta que sólo faltaba un año y medio para que el restaurante echara el cierre). Por si fuera poco, el entonces director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, también cenaba esa noche en El Bulli. Célebre fue el tuit en que Sostres y Ramírez, chorra en mano, conversaban animadamente sobre la luminotecnia de los inodoros, sin presentir uno e ignorante el otro de que ese intercambio de impresiones estaba cimentando un hito periodístico. Prueba de ello fue el españolísimo ninguneo del que fue objeto la escrituración y aun la existencia misma del periódico, del que sólo interesaron sus exequias.

A los dos meses de la salida del periódico, en efecto, el principal inversor anunció que no había más dinero, menos aún para seguir costeando extravagancias. Espada dimitió del cargo y el periódico inició una carrera a tumba abierta hacia la putrefacción de la que fueron dando cuenta y palma las notas de gastronomía, al cabo, tan perecederas.

El director que suplió a Espada eliminó la sección con la misma displicencia con que la directora que suplió al director que suplió a Espada la recompuso. Sostres, acaso consciente de que el barco no tardaría en hundirse, empezó a publicar lo que llamé ‘reseñas marisqueras’, esto es, críticas aguerridas de restaurantes de ultratumba. Fueron, no obstante, las que más convencieron al inversor, que, no obstante, ordenó a la directora que prescindiera de Sostres y, ya puestos, que se fuera ella también. ‘Cualquier día toma el mando David Vidal’, bromeaba mi amigo Trillas. A las siete de la tarde, eso sí, el periódico estaba liquidado; por decir verdad, antes de las dos la chapuza era ya de tal magnitud que quedaba poco por hacer.

El cuarto director era un comercial de imanes de nevera que, años atrás, había vendido publicidad de una revista de barrio. Al poco de tomar posesión del cargo, me comunicó que él mismo se haría cargo de las notas de gastronomía. Debutó con la reseña del bar de una amiga al que, según dijo sin inmutarse, “le vendrá bien una ayudita de la prensa”. Tituló la reseña “Algo más que comida”, sólo Dios sabe por qué. A mediados de junio, el inversor destituyó al comercial de imanes y nombró director al que, hasta ese momento, venía siendo el principal comentarista del periódico: ‘Nick Séneca’. “Con todo lo que escribe gratis, ¡qué no hará por unos eurillos!”, oí vociferar al encargado . Trillas, aplastado por la realidad, dejó de aventurar sustitutos, no fuera a aparecerse por la puerta el mismísimo Paesa.

A todo esto, al inversor no le faltó razón: en su primera jornada laboral, Séneca publicó un elogio del gin tonic, un perfil (ay) de Violeta la Burra (la había entrevistado en un rumboso descenso a los infiernos) y un chiste. En la mejor tradición de presidente-entrenador, el inversor acabó por adueñarse de la sección de gastronomía. La primera reseña que mandó publicar llevaba por título “Escalopines de pollo al roquefort”. Los escalopines, tal como anunció solemnemente, eran el fruto del primer patrocinio del periódico. El patrocinio, concretamente, lo había firmado con el concesionario Mundiauto. Cuando al fin me despidieron, y mientras bajaba al centro a dar la noticia a Trillas, me asaltó la certeza de que ni siquiera el cierre del periódico evitaría que la noche en El Bulli siguiera degenerando, como un monstruo de razón adormilada que no cesara de caer, caer, caer.


Publicado originalmente en Unfollow

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