El hacedor de bares Enric Rebordosa inauguró anoche su sexto hit, el Muy Buenas (Carme, 63). En estos momentos no hay en Barcelona (lo que equivale a decir que no hay en Europa) un restaurador con el talento, la finura y la ambición de Rebordosa. Con todo, lo que le distingue del resto de la tropa es el discurso. Su colección de bares presenta la misma aspiración a ordenar el mundo que el catálogo de, pongamos, la Anagrama de los ochenta. La afinidad también alcanza a los títulos, que son la vislumbre misma de la felicidad: Muy Buenas, La Confitería, El Maravillas, Dr. Stravinsky, L'Alegria (restaurante), Paradiso. La nomenclatura entraña un evidente riesgo, pues la condición de que un bar se llame El Maravillas es que dentro, en efecto, las haya. Ah, mas Rebordosa es un temerario, si por tal entendemos a quien se dedica a convertir las utopías en paisajes. Que lo haga, además, sin pretenciosidad, incluso con displicencia, raya en el agravio.
La reconstrucción del Muy Buenas, local modernista catalogado como bien de interés urbanístico, ha tenido algo de exhumación. Sus antiguos licenciatarios se llevaron del establecimiento aquellos elementos del mobiliario en los que intuyeron algo de valor, desde el rótulo de la fachada a las molduras. Así, el primer paso consistió en localizar y rescatar ese patrimonio, que resultó estar en un almacén de Sant Feliu de Guixols. Luego vinieron 18 meses de laboriosa restauración, que exigió una inversión de más de 100.000 euros. El resultado es tan satisfactorio como paradójico. No en vano, pese a todos esos ornamentos, el bar no parece una de esas estomagantes joyas-del-modernismo-catalán, sino un elegantísimo ambigú, donde el modernismo, en cualquier caso, está sometido a la modernidad.
El Muy Buenas también dará de comer, en lo que pretende ser una puesta al día de las viejas casas de comidas. Para ello, ha adoptado como biblia gastronómica 'El que hem menjat', de Josep Pla; ya saben: capipota con garbanzos, bacalao con samfaina, pato con peras... De lo que se sigue la otra gran paradoja del bar, y es que siendo catalán no hay peligro alguno de que lo sea orgullosamente.
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