jueves, 22 de junio de 2017

Surf

Últimamente, enciendo la tele y me quedo encantado en la sección de cine de Movistar, desplazándome cartelito arriba y cartelito abajo. Entiéndanme, si accedo al panel no es para ejercitar el pulgar, sino con el propósito (bien que no muy firme) de ver una película. Sin embargo, casi nunca doy con una que me satisfaga por entero, que así, enteras y superlativas, han de ser en estos tiempos las satisfacciones para que resulten convincentes. El caso es que voy saltando de peli en peli y la que no me parece demasiado moderna me parece demasiado tonta o demasiado antigua o demasiado vietnamita. En esos tránsitos, lo más productivo que se me ocurre es intentar acertar el año de la peli, un solitario incomodísimo por cuanto acota mis años de esplendor: cuando se trata de las que se filmaron entre 1985 y 1999, rara vez fallo. Al cabo sobrevienen las tribulaciones. ¿Y este gañán, Staham, cómo ha podido protagonizar tantísimas películas sin que yo me diera cuenta? ¿Y Bruce Lee? Cualquiera de sus títulos es hoy un boomerang que te hace trizas la infancia, ese lugar en que todo era más grande y olía mejor. Bruce, por cierto, fue el nombre del guiñol de caucho que, a mediados de los setenta, sembró el terror en las costas de Amity, y que ya sólo me recuerda, de un modo trágicamente inevitable, al calamar gigante de Ed Wood. Debe de ser este calor, que segrega iconoclastia.

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