En Cataluña hay urnas. Las de Barcelona, concretamente, se guardan en una nave industrial de propiedad municipal sita en la calle Perú, en el barrio del Pueblo Nuevo. El almacén, una antigua fábrica de productos químicos de unos 3.000 metros cuadrados, alberga unos 6.000 receptáculos de metacrilato cuyas medidas, conforme a lo estipulado por el Ministerio del Interior (al que corresponde la titularidad del material) son 45 cm de largo, 34 de alto y 32 de ancho, con una ranura en el centro de 18 cm y 0,5 de cm abertura. (La democracia, ya ven, conjuga el rigor normativo con toda una semántica del orificio, para que luego digan que carece de sex-appeal.) Tal como se aprecia en esta imagen, las urnas se hallan dispuestas en columnas, sobre palés. Por lo demás, y dado que la ciudad requiere unas 1.800 (salvo cuando se celebran elecciones al Congreso y al Senado, en que hacen falta el doble) es probable que una parte de las 6.000 se destine a otras localidades de la provincia.
Además de urnas, en Cataluña hay elecciones. Unas semanas antes de los comicios de turno, un grupo de empleados de la empresa Mercalim se afana en la limpieza y desinfección del material. De no ser así, las cajas llegarían a los colegios con un poso de inmundicia por el que no habría diferencia entre depositar el voto en el contenedor y echar la basura en la urna. Se trata, en fin, de que esos fachendosos que se jactan de votar tapándose la nariz no deban hacerlo de verdad, por mucho que lo merezcan.
Deben de haber leído que el Gobierno autonómico pretende comprar 8.000 urnas para dar la palabra al pueblo. No. Lo que pretende es tirar esas 6.000 al vertedero.
The Objective, 11 de mayo de 2017
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