La mera posibilidad de que haya un caso Banderas da perfecta cuenta de hasta qué punto España anda atollada, de Algeciras a Estambul, por obra y gracia de una turba que si en Barcelona criminaliza a hoteleros y en Madrid dispensa dignidad institucional a colectivos chavistas, en Málaga, según acabamos de ver, escupe alaridos contra quien promueve la construcción de un equipamiento cultural.
Que el promotor en cuestión sea nuestro actor más internacional, el hombre que en Átame bordó un polvo para la eternidad, el mismo, sí, que le dijo a la Abril "tengo 23 años, 50.000 pesetas y estoy solo en el mundo"; que ese titán, en fin, deba someterse a la silbatina del garzoncito de turno, ejemplifica a las claras cómo el dilema entre nosotros y el caos es un bucle melancólico. E ilustra, de paso, en qué consiste "ser comunista hoy", a lo que siempre hay que responder: "Lo mismo, exactamente lo mismo que ser fascista ayer".
El día en que Pablo Iglesias o alguno de sus pretorianos hilen un discurso (¡un retazo de vida!) como el que hiló Banderas cuando recibió el Goya a su trayectoria artística, un discurso, por cierto, que empezaba diciendo: "Todo lo que tengo se lo debo a mi profesión"; el día en que cualquiera de estos andrajosos, literatos frustrados a los que, dada su falta de talento para renombrar el mundo, no les queda sino rebautizar el callejero; el día, insisto, en que uno, uno solo de estos almíbares a los que tanto disgusta que Patria sea "una novela parcial", esté a la altura moral de un tipo como Banderas; ese día habremos salido de la crisis.
Por de pronto, valga este recado:
Lo que he ganado en mi larga vida como profesional ha sido básicamente fuera de mi tierra, viviendo en hoteles, en aeropuertos, sin ver crecer a mis hijos. Aquí he venido a gastármelo.
Y donde lo que jode, obviamente, no es"lo que he ganado", sino ese sucio "gastármelo".
Libertad Digital, 16 de mayo de 2017
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