jueves, 11 de mayo de 2017
Cuestión de estilo
Un minuto por página. Eso había respondido Sergi, compañero de clase en 3º de BUP, al preguntarle yo por su velocidad de lectura. Recién entrados en la adolescencia, el hecho de leer mucho o poco, con rapidez o parsimonia, empezaba a ser un rasgo susceptible de coquetería. Sergi trataba de ajustarse a esos 60 segundos porque aspiraba a convertirse en dirigente de un partido político en el que, de hecho, ya militaba, y en el que también acabaría militando yo, aunque en mi caso la palabra 'militar' sea un embalaje un tanto mendaz. Tan vaporosa era mi conciencia, digamos, revolucionaria, que en el círculo de formación para simpatizantes se me ocurrió decir, a propósito del Manifiesto comunista, que el estilo me parecía algo tosco. "No estamos aquí para hacer un comentario estilístico", me reprochó Sergi, a la sazón responsable de mi destete. Poco después le pedí una lista suplementaria de títulos, algo así como unos créditos de libre elección, para acelerar mi adiestramiento. Fue en ese trance, y ante la enormidad de la bibliografía que me propuso, cuando le formulé tan fatídica pregunta: "¿Cuánto tardas en leer un libro?". Sea como fuere, me apliqué a la tarea con denuedo de presidiario, subrayando pasajes que luego, en alguna de las asambleas del instituto, utilizaría para zaherir a nuestros más enconados adversarios, que no eran, como ordenaría la lógica, liberales o conservadores, sino aquellos otros izquierdistas que no suscribían por entero nuestras tesis. En fin, todos recordamos la célebre escena del graderío de La vida de Brian. Debió de ser por aquel tiempo cuando las novelas dejaron de ser lecturas escolares para investirse del aura de las verdades reveladas.
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