En Francia ha faltado poco para que dos partidos retropopulistas de sesgo totalitario y abiertamente hostiles al europeísmo se disputaran la presidencia de la República. Uno profesa el odio de raza y otro el odio de clase, de ahí que la comparación entre ambos no sea sólo pertinente sino también necesaria, por mucho que Pablo Iglesias levante un dique entre Mélenchon y Le Pen en virtud del ultranacionalismo de que adolecen los primeros. No en vano, lo que define a Francia Insumisa es, antes que el antifascismo, la inquina contra los partidos tradicionales, las élites ilustradas y los medios de comunicación; la misma clase de proclamas antiestablishment, en fin, que alimentan el discurso del Frente Nacional (y de Trump, los brexiters y Podemos). No cabe descartar, así, que una parte sustancial de votantes de Mélenchon se decante el 7 de mayo por Le Pen. Sumisamente.
A la evidente semejanza de relaciones, y que convergen, de forma aparatosa, en la sacra apelación a la Francia cazurra, terruñera y premoderna que ambiciona, sin ir más lejos, el campesino José Bové (y que guarda similitud, por cierto, con la bucólica ensoñación de Otegi, ya saben: "El día en que en Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías y se oiga música rock americana..."; entre gañanes se entienden). A ello, decía, se añade que rojos y nacionales comparten la frívola querencia al cuanto peor mejor. Sospecho, eso sí, que si fuera Mélenchon quien hubiera precisado los votos de Le Pen, ésta no habría puesto tantos reparos al trasvase. Le habría bastado un cínico laissez-faire!
Afortunadamente, una suerte de Deus ex machina llamado Emmanuel Macron ha desbaratado (o está en condiciones de desbaratar) la amenaza lepenista. Su eclosión es también ilustrativa de una cierta modernidad. Haciendo de la necesidad virtud, Francia ha moldeado a su Rivera en un santiamén, liberando de paso a su formación, EM, de las molestas adherencias que deposita el paso del tiempo. Más allá de ese décalage, a Macron y a Rivera les une la renuencia a las etiquetas izquierda-derecha, la adscripción a un vago social-liberalismo, el repudio del nacionalismo y, sobre todo, un furibundo optimismo, credencial que a estas alturas de la Historia es, ha de ser, decididamente política.
Libertad Digital, 25 de abril de 2017
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