lunes, 17 de abril de 2017
Abriles
Gran día en la dacha de Juan y Marta. Virginia y Jordi pusieron los vinos y una voluptuosa caprese; los Ferrer, Jorge y Marlene, trajeron caviar rojo, y Arcadi preparó su mítico potaje de vigilia. Llevo un tiempo fijándome en que los hombres cocinamos con celo de ingeniero, como si planeáramos un atraco. Mi hija Laura se aburrió sin aspavientos, incluso con elegancia, sin que las monerías de Arcadi lograran rescatarla de su bendito sopor. Hablamos de periódicos, de mujeres, de Lezama (si está Ernesto, Lezama no anda lejos). Y de Léautaud, claro, el hombre del momento. Así, por cierto, le ha puesto Juan a su perrito, Léautaud, después de haberle llamado Benny desde que era un cachorro. Ayer sonero y hoy diarista, justa metáfora del rumbo que suele tomar una vida. La comida no derivó en fiesta porque nunca fue otra cosa. Sencillamente, el tiramisú dio paso al champán y al baile, o acaso Patricia ya bailara en el centro (¿en lo alto?) del jardín desde quién sabe cuándo. Sonaba El Cuarteto Cedrón y la luz declinaba, pero lo hacía de un modo peculiar, como si en lugar de derrumbarse sobre nosotros alguien graduara su intensidad: un atardecer bang-olufsen. Laura y yo nos marchamos antes de la conga, y a mí no deja de sorprenderme que a diferencia de tantísimas soirées, digamos, intelectuales, ésta nunca se celebre para ser escrita, sino para ser filmada. Un potaje, sí, pero con huevo poché.
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