La consulta a los vecinos de Tortosa sobre el monumento franquista del Ebro ha iluminado de manera inclemente las contradicciones de quienes se proclaman defensores de la memoria. Así, y como ya es habitual en esta clase de litigios, los sedicentes memorialistas han reclamado la retirada del monolito en nombre de la historia, es decir, han invocado a la diosa Clío para borrar el pasado, como si no hubiera mejor recordatorio de lo que supuso el franquismo que esos hórridos pináculos. Para algunos de los promotores del desmantelamiento, no obstante, la herida que supura no es tanto que en España hubo una dictadura cuanto que Cataluña se engolosinó con ella. El monumento "a los combatientes que hallaron gloria en la batalla del Ebro", forjado por Lluís Maria Saumells i Panadés, tuvo como impulsores al presidente de la Diputación de Tarragona, Antoni Soler i Morey, al gobernador civil, Rafael Fernández Martínez, y al alcalde de Tortosa, Joaquim Fabra i Grifolls, y fue, en esencia, uno de los muchos agasajos que los catalanes rindieron al general.
Como ya deben de saber, el referéndum, en el que apenas ha participado un tercio de la población (el censo incluía a los mayores de 16 años), se ha saldado con el 68% de los votos favorables al adefesio. De ello no cabe deducir que han ganado los nacionales ni, por supuesto, los desmemoriados, planteamiento que habría requerido de una cierta sofisticación intelectual. No, el gran triunfador en Tortosa ha sido el afán de singularidad, el mismo que, por cierto, viene ofertando el PSOE en su enésima liquidación de existencias. A la mayoría de los tortosinos, que han visto en el intento de desmontar el Glorioso la mano del centralismo barcelonés, han actuado movidos por un resorte identitario, el único con apariencia de legitimidad en la Cataluña del Procés. Resulta sencillamente grotesco que un individuo como Rufián o el partido CUP, que jamás han atendido otros hechos que los diferenciales, pretendan impugnar este exabrupto populista apelando a la democracia.
De lo contrario, habría que valorar la posibilidad de que en el Delta se haya producido un fenómeno inverso al que, según afirmaban los expertos, se venía produciendo entre los votantes catalanes. Y que Cataluña, en efecto, se haya convertido, por obra y gracia del separatismo... ¡en una fábrica de franquistas! Extremo que, después de ver a la Legión desfilando por Barcelona para desairar a su alcaldesa, empieza a cobrar el mismo estatus de verosimilitud que la mítica factoría mesetaria.
Libertad Digital, 31 de mayo de 2016
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