Inmerso en el frenesí que distingue a todo precursor, en 1944 construye su primer prototipo, donde todo, desde el carenado hasta el último tornillo, lleva su firma. De ese mismo año data la casualidad que propiciará su despegue definitivo como empresario. Su cuñado Jasu (acrónimo de Josep Antoni Soler i Urgell), que trabaja como jefe de taller en una fábrica de gasógeno del Ensanche barcelonés, le presenta al dueño de la sociedad, Pedro Permanyer, que lleva tiempo rondando la idea de armar un motor de dos tiempos, precisamente el mismo en que se basa el ingenio de Bultó.
El acuerdo entre Bultó y Permanyer, según evocaría Ignacio Bultó, hijo de nuestro protagonista, en un documental de TVE, se selló aproximadamente en estos términos: "Yo sé cómo hacer motos y tú, Pedro, tienes la industria para fabricarlas: unámonos". El 31 de diciembre de 1945 nace Montesa, en la que constan como socios Pedro Permanyer y su padre, Marcelino Permanyer, con una participación de poco más de 600.000 pesetas, que supone el 89% del capital, y Francisco Bultó, con alrededor de 80.000 pesetas, el 11% restante (andando el tiempo, las sucesivas ampliaciones de capital llevarían a la familia Bultó a hacerse con el 30% de la sociedad). Tras un año inicial al ralentí, en que se venden tan sólo 22 velomotores de 95 centímetros cúbicos, la apuesta de Bultó por los campeonatos de velocidad empieza a dar fruto, y Montesa logra inscribir su nombre en el palmarés de algunos de los más prestigiosos torneos internacionales. Tal como Bultó había previsto, la repercusión de esas victorias en los noticiarios de la época dispara las ventas, lo que permite a Montesa producir, a principios de los 50, su primer gran vehículo, una 125 de dos tiempos, con el cárter separado del motor, y un volante magnético situado bajo una cubierta circular. Es la célebre Brio 80, un hito de su tiempo, y de la que se fabrican 12.000 ejemplares. A rebufo de los dividendos que proporcionan los sucesivos modelos de la Brio, la empresa amplía sus intalaciones y se plantea objetivos aún más ambiciosos. Muchos años después, Bultó recordaría aquellos años como una época dorada: "Pedro Permanyer y yo formábamos un buen matrimonio, donde Permanyer era el sentido de la organización y la economía, y yo, la osadía".
Sin embargo, el Plan de Estabilización de finales de los cincuenta, con el que Franco pretendía enterrar la autarquía que, hasta ese momento, había lastrado el crecimiento español, redunda en el freno de la producción industrial. En esa tesitura, Permanyer, que cuenta, recordemos, con la mayoría del capital, resuelve liquidar la división de competición, en la que, en el fondo, nunca había creído, al punto de considerarla un capricho de Bultó... inasumible en tiempos de crisis. Don Paco, para quien la máxima de que el mercado seguía a la bandera de cuadros no había perdido un ápice de vigencia, abandona Montesa y, junto con un puñado de ex empleados afines, funda la Compañía Española de Motores (Cemoto), precursora de Bultaco, que en pocos meses tiene a punto su primera 125, la mítica Tralla 101. El nombre de Bultaco (apócope de Paco Bultó) se le ocurre al propio Bultó (es, de hecho, el que utiliza como dirección de telégrafos); suyo también es el logotipo: un puño enguantado con el pulgar hacia arriba, señal de que todo marcha bien. En los años que siguen, la pugna comercial entre Montesa y Bultaco, cada una con sus respectivos partidarios e incondicionales, da alas al sector en España.
No satisfecho con la hegemonía en la velocidad, Bultó se lanza al dominio del trial, empeño que se acaba traduciendo en la imbatible Sherpa-T, probablemente el modelo más conocido de Bultaco. Para popularizar la modalidad de montaña, Don Paco se hace con los servicios del piloto irlandés Sammy Miller, quien, a lomos de la sherpa, conquista los títulos más importantes de Europa.
Con la crisis de los setenta, la mayoría de las firmas españolas desaparecen o son absorbidas por pujantes multinacionales japonesas. Tal es el caso de Bultaco, adquirida en 1983 por Honda (que se había hecho con Montesa dos años antes) conforme a una reestructuración dirigida por el Ministerio de Industria. Antes de ultimar la venta, y en lo que parece un efluvio romantico, Bultó pide a la dirección de la nueva compañía los derechos mercantiles del logotipo y la marca de Bultaco, alegando que para Honda carecen ya de valor. La cesión de dicha propiedad, obtenida de forma gratuita, le permitirá, quince años después, cerrar un acuerdo con la casa Derbi para resucitar la marca. En el otoño de 1998, dos meses después de su fallecimiento, salen del taller las nuevas Bultaco, en lo que fue la hazaña postrera de un gigante.
Club Pont Grup Magazine nº 12, 10 de mayo de 2016
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