Al día siguiente de que muriera Carmen Balcells, El País escenificó la (falsa) disputa por su legado en sendos artículos del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, y el consejero de Cultura de la Gencat, Ferran Mascarell. Lassalle recalcaba de esta guisa el deseo de Balcells de que el archivo viajara a Madrid. "Escuché de fondo, como si cayeran desde el cielo, unas palabras de advertencia que ahora atraviesan mi corazón como un recordatorio: 'Mira que quiero que mis papeles los tengas tú, ¿eh? Que me llamen, que hay que verlos y llevarlos a Madrid. José María, no te olvides…". Que el secretario utilizara el obituario para amarrar el catálogo de la gran matriarca del libro, me pareció, por decirlo suavemente, algo tosco, pero no tanto como que tratara de disolver ese afán en un parloteo ditirámbico con el más allá, arrogándose de paso los papeles de albacea, confesor y aun ventrílocuo. Por lo demás, la alusión al problema soberanista ("Querías que tus papeles estuvieran todos juntos y en manos del Estado porque no te reconocías en aquella Cataluña que gritaba en la calle que quería vivir separada de España"), aun siendo pertinente, suponía un ruido indeseable, precisamente en el único rincón del periódico que debía estar presidido por el recogimiento.
De Mascarell tan sólo cabía esperar una decorosa faena de aliño, siquiera porque la Generalitat tenía el legado fuera de su alcance. Sin embargo, ya de buen comienzo manifestaba su renuencia a que las administraciones compitieran "por ver quién se queda los bienes documentales de la agencia" ('Carmen no merece ese espectáculo', parecía rezar el subtexto). En castellano férreo: Balcells había dejado dicho que el Estado se quedara el archivo (entre otras razones, porque el nacionalismo le provocaba urticaria), y Mascarell pretende que es él, con su generosa actitud, quien propicia que no haya polémica. Pero la cosa no había de quedar aquí. Siendo inaudito que el consejero renuncie a lo que no le corresponde, más lo es el sustrato, digamos filosófico, en que se funda su presunta magnanimidad: "Son los herederos los que tienen derecho a decidir". Derecho a decidir, exacto. Carmen no merece el espectáculo de dos administraciones forcejeando por su legado. Pero sí que su esquela aparezca pintarrajeada con la reivindicación (desagradablemente perifrástica) de la independencia de Cataluña.
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