En funesta correspondencia con los recortes sanitarios o educativos, este tiempo nos trae la excarcelación de una serial killer en nombre de los derechos humanos, esto es, un recorte moral. En este caso, no obstante, no habrá más respuesta popular que la de las víctimas, que, a lo sumo, recibirán el apoyo de un puñado de ciudadanos. La melindrosa apatía que, históricamente, ha mostrado la ciudadanía española ante el terrorismo; ese delicado desdén por quienes han tenido la desgracia de sufrir en sus carnes el disparo a quemarropa o el coche bomba, tiene tanto que ver con el miedo como con la holgura, tanto que ver con el espanto como con la abundancia.
Al día siguiente del intento de golpe de Estado del 23-F hubo en Barcelona una manifestación. Arcadi Espada lo cuenta en Contra Catalunya:
La noche del 24 de febrero de 1981 yo tenía veintitrés años, llovía y hacía mucho frío en Barcelona, y era uno de los dos mil que habíamos considerado necesario participar en la movilización ciudadana contra el intento de golpe de Estado. Esa noche se me cayó la cara de vergüenza y es probable que la cara siga en el suelo desde entonces. Había soportado muy escocido el hecho de pasar las primeras horas del golpe de Estado en la habitación de que disponía en casa de mis padres, escuchando la radio como un bobo y tomando notas de alta semiótica: bajé a las Ramblas y sólo vi al cantante Raimon que iba preguntando con la mirada, como yo, sólo que él debía de tener las respuestas, por adulto y por poeta.
Y Federico Jiménez Losantos lo refrenda en La ciudad que fue:
Nunca lo sentí tanto y tan claramente como una noche que me llevó a las orillas del llanto político (...) Fue la del 24 de febrero de 1981, al día siguiente del golpe de estado del 23-F (...) Hacía frío. Era de noche. Por el Arco de Triunfo abajo, camino del Parlamento de Cataluña, desfilaban los demócratas catalanes en oposición al golpe y en defensa de la democracia. Pero apenas desfilaba nadie. Cuatro gatos, si se comparaba con Madrid: los mismos que nos manifestábamos contra Franco.
Ahí estaban los dos, ateridos ante la evidencia de que no eran un millón; de que, a la hora de la verdad, poco se sintieron concernidos ante la amenaza que el golpismo representaba para la democracia; una amenaza mucho más verosímil y objetiva que el hecho de que el ministro Acebes cocinara la investigación del 11-M. En cierto modo, con el terrorismo ha ocurrido otro tanto. Apenas cuatro gatos se han sentido concernidos, y las víctimas han sido vistas como una secta simétricamente rencorosa, hasta confundirse en un bucle con los asesinos, ya convertidos en victimarios. Era decir "víctimas" y que te dijeran "Bueno, claro, son víctimas", como si lo sensato fuera relativizar su enajenación en lugar de hacerla nuestra.
Este verano, a propósito del descarrilamiento del Alvia en Santiago, Ricardo y Nacho esculpieron en El Mundo una viñeta que decía "80 muertos y 47 millones de heridos". Ése es el detalle que nos ha pasado por alto.
Libertad Digital, 23 de octubre de 2013
Has hundido mi ego personal en la miseria . Menudo día pasaré hoy. Y por qué? Porque me he visto reflejado en esos millones de Españoles que no han sido capaces de salir a la calle y gritar ¡¡BASTA!!
ResponderEliminarY debería haberlo hecho porque soy hijo de militar democrático, no golpista, y compañero de trabajo de una víctima del terrorismo, quien sigue presente en nuestros corazones.
No debería haberte leído. Prefiero seguir esclavizado por el poder fáctico. No quiero que mi lado oscuro renazca. Es Triste? Cierto.
Capo 'mallonesa'.