Tras los pasos de Makoki (Salón del Cómic - Feria de Barcelona; Avda. Reina Maria Cristina, s/n)
Frente al salón del cómic de Barcelona se arremolinan cientos de adolescentes disfrazados de protagonistas de tebeo, susurrando a todo el que pasa si le sobra una invitación. Los siete euros que cuestan las entradas merecen el intento. La cola está a rebosar, pero avanza con marcial ligereza. Ya en el interior, me sorprende la extraordinaria sobriedad de algunas de las casetas. Más teniendo en cuenta la propensión del cómic a la exuberancia, al reventón onomatopéyico. Recuerdo entonces dónde estoy: en un evento levantado a pulso entre editores y lectores, gozosamente confundidos en una hermandad de trazas esotéricas. La verdadera singularidad del salón, no obstante, no es el burbujeo del público ni esos editores que parecen disfrutar con su trabajo, sino la ausencia de la Administración. No hay stands de la Generalitat. No está, por ejemplo, el Departamento de Cultura, omnipresente en todos y cada uno de los eventos culturales que se celebran en Cataluña; tampoco están la Dirección General de Política Lingüística o el Departamento de Comercio. No. Los tratos que aquí se ventilan sólo conciernen a feriantes y lectores, que en esta mañana luminosa se han constituido en sociedad civil, y lo han hecho en el sentido recto de la expresión, esto es, sin que medien subsidios. En Negra espalda del tiempo, el novelista Javier Marías se recreó en ese mismo sintagma del título, negra espalda... , para designar el lugar donde pervive el eco de lo que no fue, de lo que pudo ser y nunca ha sido. Pues bien, el salón del cómic es la negra espalda del tiempo de la cultura catalana. No en vano, de los 141 expositores tan sólo 4 tienen la web en catalán. Ante la retirada de la Generalitat, la vida se abre camino. Para mi gusto, tal vez de un modo excesivo. Recientemente, el periodista Ramón de España hablaba en El Periódico del nulo interés de la Generalitat por erigir el Museo del Cómic, un proyecto mil veces postergado. Había en su columna una probable y genuino porqué: "Catalunya ha sido tradicionalmente la fábrica de la historieta española, pero el grueso de la producción -por imposición, comercialidad o lo que quieran- está en la lengua del opresor, por lo que resulta muy difícil aplicarle el término 'nacional'... A no ser que por 'nacional' se entienda 'español', se requiera la colaboración del Ministerio de Cultura y se considere el supuesto museo un equipamiento cultural español instalado en Barcelona (o Badalona). O sea, lo que el Musée de la Bande Dessinnée de Angulema es a Francia. Y para eso no hay la más mínima voluntad: mejor gastárselo todo en las ruinas del Born, que sí se prestan al rendimiento emocional." Parece el párrafo de un libro de historia, de tan cierto.
http://www.ficomic.com/
Masoquistas del séptimo día (Estadio Cornellá - El Prat; Avda. del Baix Llobregat, 100 - Cornellá de Llobregat)
El estadio de Cornellá-El Prat linda con un centro comercial que no difiere en nada de los de su género. Los días de partido, los hinchas deambulamos por el centro ataviados con camisetas blanquiazules, formando corrillos en torno a bares, cafés y terrazas. En invierno, el paisaje evoca la glacial pulcritud de los estadios alemanes, y en primavera, en cambio, recuerda una de esas macrocarpas donde se reúnen las hinchadas que acuden a las finales de copa. Ninguna de ambas estampas, sin embargo, puede hacer olvidar el carajilleo de ultratumba del viejo Sarriá. Hoy, nada más entrar en el centro comercial, me he encontrado con el periodista Enric González, que, en un librito delicioso, Una cuestión de fe, rememora el ambiente de aquella grada. No nos conocíamos; soy yo quien le sale al paso con el entusiasmo del cazautógrafos. Tras presentarme, le felicito por su más reciente libro, Memorias líquidas. González agradece la cortesía y, haciendo acopio de humildad, matiza mis elogios: "No es más que un currículum comentado". Habla del libro con graciosa inapetencia, como queriendo dar a entender que va más con él la cerveza que lleva en cabestrillo, y a la que va dando sorbos, que el hecho de ser un autor de culto. "¿Vienes habitualmente?" "Sí", y trato de forzar un gesto que denote resignación, pero me temo que no lo logro. El Español-Valencia se convierte, en los minutos finales, en un carrusel de goles que lleva a ambas hinchadas al desquicio. En su artículo del lunes en El Mundo, González alude someramente a esos 10 minutos de pim-pam-pum. Yo buscaba absurdamente reconocerme en algún párrafo, como ese poeta que dejar huella quería, pero el periodismo va en serio, más en serio que la vida.
http://www.rcdespanyol.com/
Tren nocturno a Europa (Restaurante Lázaro - Aribau, 146 bis)
El restaurante Lázaro, en la calle Aribau, se resume en un salón cuadrangular que, antes de llegar a la cocina, rompe en un reservado de aire confuso, como suelen serlo en Barcelona algunas trastiendas. En una de las dos mesas de esa salita (la que queda a mano derecha según se entra) se sienta habitualmente la vieja guardia del pujolismo, encabezada por los ex consejeros Francesc Sanuy y Joan Guitart. En el salón propiamente dicho, las mesas están dispuestas en sendas hileras, lo que hace que parezca un vagón restaurante. En una de esas mesas suele comer el periodista de La Vanguardia Llàtzer Moix, al que he visto a veces acompañado del escritor cubano Ernesto Hernández-Busto y del novelista Ignacio Vidal-Folch. Por lo común, no obstante, Llàtzer come solo, si bien su mesa no inspira precisamente soledad, sólo un gozoso, templado retiro. Debe de ser por el vino, que Llàtzer paladea con sobriedad medicinal, o por los periódicos extranjeros con que entretiene la mirada. Dos mesas más allá, justo en el rincón, el escritor Josep Maria Espinàs conversa plácidamente con su mujer, Lina Luján, hermana del fallecido Néstor, que en sus últimos días se hacía llevar al hospital las míticas croquetas de jamón que prepara Fina. La hermana de Fina, Carmen, que oficia en sala, me cuenta que hace unos días se celebró en Lázaro un homenaje a Espinás, con motivo de la publicación de su antología Una vida articulada. Junto a la caja reposa un ejemplar, como es costumbre en Lázaro con las obras que publican sus clientes. No veo expuesto, por cierto, En nombre de Franco, de Arcadi Espada, que recibe en Lázaro los jueves. Dado el título ("para mayores de 18 años", ha puntualizado el autor) y, sobre todo, dado Cataluña, uno tiene la tentación de pensar que la ausencia del ejemplar obedece a la voluntad de Carmen y Fina de no herir sensibilidades. "No es eso, no", aclara Carmen, y relata entonces que hace años atendía el comedor una camarera colombiana a la que, obviamente, tanto ella como Fina se dirigían en castellano. Para un cliente de la mesa del pinyol no resultaba tan obvio, y así se lo hizo saber a Carmen, aduciendo que hablarle en castellano a la camarera era faltarle el respeto. A lo que Carmen repuso que ella, en su casa, hablaba lo que le daba la gana. Y Dios en la de todos. Lázaro, en efecto, tiene algo de café de Rick. Ante las croquetas de jamón, los callos con garbanzos o el bacalao a la llauna de Fina, incluso los más conspicuos defensores de las multas lingüísticas miran para otro lado. Por lo demás, lo que da perfecta noticia de la catalanidad de Lázaro no es su naturaleza microcósmica, sino que todavía no haya merecido un libro.
http://www.restaurantelazaro.com/
Historia de dos ciudades (Bar Sándor - Plaza Francesc Macià, 5; Bar Marsella - Sant Pablo, 65)
Sillas con el logo de Martini, mesas de pie de forja, camareros antañones, limpiabotas en la puerta. No vendían penicilina en la barra, pero como si lo hicieran. El bar Sándor se extinguió como se extinguieron la Casita Blanca o los merenderos de la Barceloneta. No obstante, y a diferencia de esos establecimientos, el Sándor apenas motivó un par de necrológicas en la prensa barcelonesa, que ha hecho de la mojigatería una divisa. Hubo incluso una cronista que, entre vahídos, le echó la culpa a los tres euros que costaba el agua. Como si beber rodeado de industriales arruinados hubiera de resultar barato. Al otro lado de la balanza, en lo que fuera el Chino, está el bar Marsella, uno más entre los cientos de locales de la franquicia ibérica El Rincón de Hemingway. Al parecer, el contrato de alquiler toca a su fin y el propietario del inmueble ya ha comunicado a los dueños que no habrá prórroga; entre otras razones, porque pretende rehabilitar el edificio, lo que implica derruir los bajos donde se halla el bar. A diferencia del Sándor, el cierre inminente del Marsella ha provocado una cascada de crónicas a cual más sentida, y en el portal de peticiones Change.org, la causa abierta por la paralización del cierre del cierre del Marsella va camino de las 5.000 firmas. Los promotores del manifiesto invocan la memoria colectiva y el patrimonio cultural de la ciudad. Nada, en fin, que no pueda utilizarse en nombre del Sándor. El prestigio de la mugre, que no se atiene a razones.
Ocaña la Nuit (bar Ocaña - plaza Real)
Federico Jiménez Losantos llegó a Barcelona en 1971 para cursar Filología Española y acabó gozosamente engullido por la agitación política y la promiscuidad intelectual del momento. En un pasaje delicioso de su libro de memorias La ciudad que fue, cuenta Losantos que "en esa época era un efebito con cierto éxito en el gremio homocultivado, es decir, entre la loca neoclásica y la locaza posmoderna, así que las insinuaciones o persecuciones no eran infrecuentes". Una de las locazas que se le insinuó fue Ocaña, íntimo de quien fuera su cómplice en mil y una aventuras, Alberto Cardín. Pintor mariano y, sobre todo, ramblero de pro, Ocaña fue uno de los grandes iconos del espíritu del 75, el artista que galvanizó, con su tronío arrabalero, el movimiento contracultural barcelonés. Desafortunadamente, sigue siendo eso, un icono, un apunte simbólico en un lienzo reservado al antifranquismo oficial. Al vacío de las instituciones se une la circunstancia, ciertamente luctuosa, de que la industria editorial barcelonesa no haya sido capaz, en treinta años, de propiciar una biografía de José Pérez Ocaña, un hombre al que, pese a todo, algunos barceloneses siguen recordando afectuosamente. En el número 12 de la plaza Real, donde residió el artista, todavía se conserva la placa con que, un año después de su muerte, le rindieron homenaje amigos como Nazario, Pedro Martínez Mora o Pep Torruella. Así lo recordaba Nazario en su Plaza Real Safari, en un pasaje que da noticia del vigor cívico de los barceloneses de entonces, y ello pese a la ausencia absoluta de subvenciones. O quizá por ello mismo:
"En el aniversario de la muerte del pintor Ocaña (septiembre del 84), sus amigos decidimos hacer una fiesta/homenaje en su honor. Pep Torruella se encargó de reunir todos los cuadros y colgarlos dentro de las arcadas a lo largo de toda la plaza que previamente habían desalojado de mesas y sillas. Por la mañana, ataviados con trajes de torero, flamenca o mantillas, asistimos al descubrimiento de una lápida recordatoria de terracota con angelitos de colores, copia de un cuadro suyo, que fue colocada en el rincón del número 12, siendo hoy lugar de peregrinación de meadores y fans. El "Guti" se encargó de descubrirla ante la presencia de los familiares de Ocaña y numerosos amigos (Solé Barberá, Ventura Pons, Nuria y Montse, Ester, etc.). Nosotros cogimos una borrachera gordísima y nos pusimos a bailar sevillanas desaforados en una tarima. Por la tarde, la "Fernanda" y su grupo de alumnos, que habían acudido a la plaza vestidos de flamenca en coches de caballo, ofrecieron una actuación de sevillanas. Luego fue proyectada en la pantalla la película Retrat intermitent de Ventura Pons, con Ocaña como protagonista. Els Comediants colocaron un sol enorme que pendía sobre la fuente sujeto con cables a las balaustradas. En vista del éxito de este homenaje y tras comprobar que la plaza no era un lugar tan peligroso como muchos temían, la coordinadora de Fiestas y Festejos del Área de Cultura, Marta Tatjer, decidió organizar otra fiesta/homenaje a Ocaña, esta vez en serio y con una subvención, que coincidiría con las fiestas de la Mercé."
Nazario no lo dice, pero él, como se aprecia en algunas de las fotos que circulan por la red, iba aquella tarde vestido de torero; no disfrazado, ojo, vestido. Por lo demás, resulta casi enternecedor observar el cálculo con que opera el poder, que primero olisquea la capacidad de convocatoria del acto y sólo luego se ¿arriesga? a subvencionarlo. 'Los barceloneses de entonces', decía, pero no todo está perdido. Hace poco más de un año, la familia Laguna abrió, en el tramo de soportal contiguo al número 12, el club Ocaña, donde confluyen de forma pasmosamente natural un café, una barra de cócteles, un bar y un restaurante. Unas veces me recuerda a un casinet de l'Empordà; otras, a un baño turco, y aun hay noches en que me ha llegado a parecer un gran café centroeuropeo. Debe de ser por su naturaleza eminentemente proteica por lo que, mediado el segundo gintónic, suelo jurarme en voz muy queda que el día menos pensado me quedo a vivir en cualquiera de sus barras. En cuanto a Losantos, a menudo me digo qué sucedería si de pronto apareciera en alguno de los locales que frecuentó de joven, en este Ocaña mismo. Después de todo (voy subiendo la voz) cómo no iba a tener derecho a su propia memoria el hombre que escribió este párrafo:
"Tuvimos la suerte de cumplir veinte años en Barcelona, de tener la ferocidad, la insolencia, la fe y la suerte de la juventud; [...] Recuerdo una noche en que llegamos pronto a Les Enfants y después de un par de horas bailando, nos fuimos al Colón, hasta que cerraron. Extrañamente, encendieron las luces y abrieron las puertas mientras sonaba un éxito de entonces: la versión de José Feliciano de Ché sará. Y cuando salía a la noche casi amanecida de las Ramblas yo oía la canción del joven emigrante italiano, como si me contaran mi propia historia, la incógnita que nadie podía despejar por mí [...] En la oscuridad lechosa de las cinco de la mañana, en aquella nocturnidad lívida aspirábamos el salobre olor del puerto, del mar sempiternamente oculto. [...] En aquellas madrugadas, la felicidad de lo por venir, la vivíamos con una sensación casi física de placer inextinguible".
Bien pensado, mejor no venga. Es una insensatez.
http://www.ocana.cat/es/
Clandestino (Speakeasy - Aribau, 162 (entrada propia por la calle Córcega)
Cada año, por Sant Jordi, el diario El Mundo da una fiesta en el Speakeasy, un restaurante que pretende recrear la atmósfera de clandestinidad de los tiempos de la ley seca. El local, que ocupa la trastienda de la coctelería Dry Martini, es también el almacén-bodega de este último, lo que favorece la pamema. Este año, la contraseña era "Montalbán-Bolaño-Moix", un guiño a los ausentes. Por supuesto, nadie la pide, es sólo un aderezo literario; otro trampantojo, si se quiere. Con ciertas fiestas ocurre como con el fútbol, que se ven mejor en diferido. Sólo al día siguiente sabré, por el retablo de fotos que acompaña la crónica de Leticia Blanco, que entre los invitados estaban la novelista Nuria Amat, el profesor Iván Tubau, el crítico teatral Marcos Ordóñez, el editor Rafael Borrás o quien fuera director de Ajoblanco, Pepe Ribas. En cambio se me aparecen con pavorosa nitidez la entrenadora de sincro Anna Tarrés, el concejal del PSC Jordi Martí o la corresponsal Núria Ribó. También está Antonio Luque, único integrante del grupo (¿?) Sr. Chinarro, y a quien se ve muy acaramelado con la periodista Llucia Ramis. Y el director de la tienda Santa Eulalia, Luis Sans, impecable como de costumbre. Ah, cuánto me hubiera gustado escribir los ecos de sociedad en un periódico indecente. El barman Javier de las Muelas, propietario del local, saluda a la concurrencia con un levísimo, frugal cabeceo, y lo hace, además, mientras alecciona a una camarera sobre el modo de llevar una bandeja vacía, que no es precisamente bajo el sobaco. Pero el verdadero anfitrión es hoy el director de la edición catalana de El Mundo, Àlex Salmon, a quien veo saludar a mi acompañante, una diputada de derechas que de cuando en cuando me saca de paseo. La gran virtud de este sarao es que le añade un punto de vicio al Día del Libro, una jornada que a mi juicio peca de relamida, de estomagante. A estas horas de la noche las rosas están ya mustias como una novia emputecida y los libros han perdido ese halo de infalibilidad del que han gozado desde primeras horas de la mañana. El consejero de Cultura, Ferran Mascarell, no está ni se le espera, lo que contribuye a engolfar el encuentro casi tanto como la ausencia de diputados de Iniciativa por Cataluña, a quienes no logro imaginarme con las bragas en la mano. Es precisamente cuando la fiesta agoniza y los últimos invitados nos diseminamos por el Dry Martini, en ese instante desmadejado en que falta ya poco para retirarse o liarla parda, cuando más impresión tengo de estar en un reducto de civilidad sin conciencia de serlo, lo que duplica su atractivo. Una Barcelona sin tutelas ni padrinos. Vuelvo a Montalbán, a Bolaño, a Moix. Quizás la clandestinidad no sea un guiño a los ausentes, sino a los presentes.
http://www.speakeasy-bcn.com/es/
Jot Down Nº 4 Rutas, junio de 2013
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