La presentación el pasado lunes del digital barcelonés Crónica Global, que resulta de la fusión de La Voz de Barcelona y El Debat, reunió en un hotel del barrio de Les Corts a políticos del PSC, del PP y de Ciutadans.
Los promotores del diario habían cursado invitación a todas las
formaciones catalanas con representación parlamentaria, pero sólo
acudieron al acto los representantes de los partidos contrarios a la
independencia (Albert Rivera, Jordi Cañas y Carina Mejías por Ciutadans,
Pere Navarro, Joan Ferran y David Pérez por el PSC y Alberto Fernández
Díaz y Àngels Esteller por el PP). Bien es cierto que ICV-EUiA estuvo
representada por un miembro de su gabinete de prensa, pero en lo que
respecta a CiU, ERC y la CUP, ni siquiera medió una adhesión. Tampoco
hubo representación del Gobierno de la Generalitat, pese a que Francesc
Homs se hallaba entre los invitados. Completaban el antepalco de
ausentes la presidenta del Parlamento, Núria de Gispert, y el alcalde
Trias, al que, a decir verdad, nadie esperaba.
Dado que, tal como recoge su carta fundacional, Crónica Global aspira a "cubrir un espacio mediático en internet que está infrarrepresentado: el de todos aquellos ciudadanos de Cataluña que creen en los principios recogidos en la Constitución de
1978", habrá quien objete que soy un ingenuo. Cómo demonios pretende,
se me dirá, que esas instituciones y, sobre todo, esos partidos, que
hace ya años que abjuran de la Constitución, arropen el nacimiento de un
diario de esas características. Creo, no obstante, que la democracia
tiene mucho que ver con la desenvoltura en la adversidad, con la
posibilidad de que un político, por muy contrario que sea al espíritu
que anima tal o cual empresa, o precisamente por ello, sea el primero en
brindar por su prosperidad. En el caso que nos ocupa, además, esa
empresa es un periódico y no una salchichería (dicho sea con respeto y a
sabiendas de que, como sucede con las salchichas y las leyes, de
algunas noticias tampoco conviene saber su making of). Hablamos, en fin, de un artefacto indisociable de toda noción de democracia.
La institucionalización del desprecio entre catalanes
es uno de los efectos de la deriva independentista del presidente Mas.
En eso ha resultado, por el momento, la voluntad de quebrar España, en
un asomo de fractura social que, en actos como el del pasado lunes, se
muestra a las claras. En este sentido, la clase política no es un dique
de contención: empiezan a ser ya muchas las conversaciones entre amigos y
familiares que se ven ahogadas o mutiladas por no
enredarse-en-discusiones o enemistarse.
Lo digo, claro está, asumiendo que pertenezco a un bando. Años atrás, en el canal catalán de TVE, había un programa llamado La Barbería
que consistía en una tertulia futbolística entre políticos locales de
diferente signo. Ahí estaban Francesc Baltasar (IC), Jaume Camps (CDC),
Jaume Sobrequés (PSC), Enrique Lacalle (PP)… Eran los tiempos del oasis
catalán, aquel almíbar. Bien, hoy en día, ya con todas las cartas boca
arriba, no veo probable que Albert Rivera se faje con Francesc Homs en
un programa de televisión a propósito de la posición que debe ocupar
Neymar.
¡El oasis catalán! No es que hubiera fair play; es sólo que no había adversario.
Libertad Digital, 9 de octubre de 2013
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