En la última semana, tres opinantes catalanes refractarios a la secesión han abogado en sendos artículos por la celebración de una consulta en Cataluña. En Jot Down, el periodista Enric González adujo que la posibilidad de elegir entre España y Cataluña tenía "su interés", siquiera porque los conflictos "pueden comportar mejoras y progreso". En La Vanguardia, el jurista Francesc de Carreras impelió a Rajoy organizar la consulta y proclamó su confianza en la victoria del sí. "Son tantos los argumentos para decir 'no' a la independencia", arguyó, "que es imposible que una sociedad como la catalana, compuesta en su mayoría por personas razonables, escoja una vía que tanto la va a perjudicar". Por último, en El País, el profesor Jordi Gracia, en sintonía con De Carreras, puso el foco en la negligencia del Estado español para con la cuestión catalana. A su juicio, la permanencia de Cataluña en España pasa por "una respuesta política", que concretó en
ofrecer condiciones de legitimidad pactada entre Gobiernos en favor de una consulta con pregunta clara: ¿desea usted que Cataluña se independice de España y se constituya en un nuevo Estado de Europa?
Los tres artículos tienen en común la nula beligerancia, el sentido común, las buenas maneras y una cierta desafección respecto a España. Se trata, en suma, de una tríada argumental que viene a demostrar que el no nacionalismo, lejos de ser el nirvana inaprensible sobre el que tanto gustan de ironizar los nacionalistas, es un punto de vista perfectamente real. Lo que no existe, en cambio, es la más remota posibilidad de dar, en el bando de los secesionistas, no ya con tres sino con un solo razonamiento que se asiente sobre dichas cualidades, y en el que mediado el segundo párrafo no se perciban, con pasmosa nitidez, la doble vara, la mitja rialleta antipepera y, en los casos más recalcitrantes, su pizquita de xenofobia.
No se trata de la única asimetría que plantea el debate sobre la secesión en Cataluña. El otro gran aspecto en el que coinciden González, De Carreras y Gracia es la inadvertencia del escenario en que se ha de producir ese debate. Tan sólo Gracia alude a la cuestión, aunque de modo marginal. Me refiero, claro, a la omnipresencia en Cataluña de una televisión pública, TV3, que no sólo no se ha mantenido neutral, sino que es una verdadera factoría de independentistas. A mi modo de ver, y más allá de lo que diga la Constitución, mientras las fuerzas nacionalistas sigan utilizando a discreción ése y otros medios, no debería celebrarse ningún referéndum. O, por decirlo conforme a los principios que han de presidir el referéndum escocés: mientras no haya justicia, transparencia y decoro, cualquier consulta terminaría por vencerse del lado del simulacro.
Libertad Digital, 7 de agosto de 2013
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