Hoy me manifestaré en Madrid en favor de la igualdad de los españoles ante la ley, un principio recogido en la Constitución y que hasta pocos años parecía inextinguible en su más cruda y taxativa acepción, la que lo empareda entre la libertad y la fraternidad. Yo he salido a la calle por razones muy variadas y contradictorias, pero jamás lo había hecho “por la igualdad”; así, sin adherencias.
Quienes venimos advirtiendo del riesgo de que los nacionalismos, y particularmente el vasco y el catalán, hagan del Estado de Derecho una escombrera tribalista, somos objeto de una burla recurrente. La coña, catalanísima, se fue viralizando desde las teletreses y, al igual que el procés, ha llegado a Madrid. “Las doce y España sin romperse.” ‘España se rompe’, admitámoslo, tiene algo de ramplón, pero no tanto como la legión de humoristas que creyeron, que siguen creyendo, que con esta admonición aludíamos a que nos partiría un rayo, se rompería una isobara sobre la meseta o una voz celestial anunciaría, como en la película de Vittorio de Sica: “Alle dici'otto comenza il giudizio universale”.
A decir verdad, el edificio amenaza ruina desde hace tiempo, y puestos a contar desperfectos no sé cuál es más alarmante, si la restricción de los derechos lingüísticos en las comunidades con lenguas cooficiales, los sesgos ideológicos en los planes de estudio, las prebendas forales, el asalto al poder judicial o la legitimación de los crímenes de ETA hasta 1983 mediante la llamada Ley de Memoria Democrática.
El hecho de que Llamada conspire precisamente contra los cimientos de la Democracia no es la única paradoja semántica de esta pertinaz involución. Medítese por un instante sobre el hecho de que varios miles de españoles clamaremos por la igualdad, cuando, de hecho, el Gobierno de la Nación cuenta entre sus 22 ministerios con uno dedicado precisamente a ello.
Además de dedicarse a tareas de instrucción pública, el Ministerio de Igualdad ha convocado y amenizado las grandes marchas del 8 de marzo. Bajo la tutela de Irene Montero, miles y miles de mujeres han “puesto sus cuerpos” (tal es la jerga que gastan, en efecto: pacificar las calles, refugios climáticos, poner los cuerpos…) para defender derechos que en España, como corresponde al país homófobo, machista y ‘¡bífobo!’ que somos, se vulneran a diario. También es consustancial a esta clase de procesos, digamos, de desvertebración civil, que sea el Gobierno quien organice las manis. También es el Gobierno catalán quien organiza y alienta todas las diadas, y, en cierto modo, con el mismo fin: fomentar un relato que caracterice a España como un Estado opresor, donde persisten los tics autoritarios y el franquismo es un mal endémico.
La particularidad más aparatosa de la mani de hoy, lo que la convierte en un grave indicio de putrefacción sectaria, es que no podría haber otra en sentido contrario. No en Madrid. Porque hay millones de españoles contrarios a la amnistía, pero no conozco uno solo (uno que no se ría por lo bajo ni finja ser idiota, quiero decir) que se declare partidario de ella. Ni saben, ni contestan ni tienen otro ideal que odiar a sus conciudadanos de derechas.
The Objective, 24 de septiembre
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