En directo, no me pareció que el beso de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso quebrara la pauta con que hasta ese instante venía actuando el presidente de la RFEF, que había abrazado a todas y cada una de las jugadoras de la Selección y aun alzado en vilo a tres de ellas. Lejos de afectar rechazo, las campeonísimas correspondían al júbilo con besos, espaldarazos y algún que otro gesto de complicidad, y Hermoso no fue una excepción. En un vídeo de TVE que recoge íntegramente la felicitación, se aprecia cómo, antes de recibir el pico, la centrocampista se abalanza sobre Rubiales y ambos se bambolean de manera arrebolada, al punto de que Rubiales ha de recomponer la figura para no perder el equilibrio. Tanto esta escena como los achuchones y besuqueos que se prodigaron Rubiales y el resto del plantel han sido excluidos del bucle que ha nutrido las tertulias, esos dos segundos en que él sujeta con ambas manos la cabeza de Hermoso y. Tan flagrante omisión dio pie al protagonista a referirse a ello en su alegato del viernes, propio, por lo demás, de un cacique de cuarta al que el chándal siempre le asoma bajo el traje.
Estábamos, ciertamente, ante una efusividad desbocada, lo que creí achacable, además de al temperamento expansivo del personaje, a su afán de granjearse la aprobación del feminismo-ambiente. No descarto, en fin, que el temor a verse en el disparadero por el hecho de que su entusiasmo fuera menos ostensible que el-que-supuestamente-habría-mostrado en un Mundial masculino, le abocara al alardeo moral, un tipo de aspaviento, por cierto, que poco tiene que envidiar al convulso sentimentalismo que acostumbra a segregar Yolanda Díaz, cuyo último pase, con Pedro Sánchez como agraciado, me pareció tan o más estupefaciente que el arrebato de Rubiales.
Con todo, es difícil que el que fuera lateral del Levante escape al año de cárcel que, como poco, prevé la ley Montero para esta clase de osadías, a no ser que los tribunales tengan el solícito “¿Un piquito?” por una suerte de ten con ten que hubiera allanado el consentimiento. (Este dramático extravío del sentido común, en efecto, alienta, a la hora en que escribo, el debate público español.) La doctrina no le favorece. El 30 de septiembre de 2019 la Audiencia Provincial de Sevilla declaró culpable de abuso sexual al empresario Manuel Muñoz, por entonces vocal de la Cámara de Comercio de Sevilla, por haber ‘simulado besar’ a la coordinadora general de Podemos Andalucía, Teresa Rodríguez. Según establecía la sentencia, “los hechos descritos en el relato de hechos probados en esta resolución provocan en cualquier persona, sin necesidad de mayor prueba, un innegable impacto psíquico, desazón e incluso humillación, que ha de ser compensado”. Una vez equiparado el abuso a la agresión, “no ve d’un Pam”, proverbial locución con que en catalán decimos, finamente, “al diablo la exactitud”.
Ni siquiera el baile de comunicados de Hermoso salvará de la quema al maquinero. Ni que la prensa, prieta la estulticia, denuncie ¡oh! que la Federación haya puesto en su boca unas palabras que ella jamás dijo, y pase por alto ¡eh! el ejercicio de suplantación del sindicato off broadway, o haga la vista gorda ante la evidencia de que el “no tolero” no sea sino una decantación de servidumbre, lo que esperan el mundo y sus redecillas de una mujer empoderada.
Por de pronto, a nadie extrañe que Rubiales no haya dimitido. Su mandato ha seguido de punta a cabo el libro de estilo de su gran valedor, Pedro Sánchez, al extremo de convertirse en uno de sus más consumados discípulos. Delgado, Marruecos o el comité de expertos se superponen con pasmosa naturalidad a Piqué, Arabia Saudí o las reuniones con representantes de la ONU en Nueva York.
Dos resilientes.Pero solo uno ha topado con la iglesia.
The Objective, 27 de agosto de 2023
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