La ola de inseguridad que sufre Barcelona desde este verano ha empezado a cobrar tintes ciertamente preocupantes. Anteayer, una veintena de adolescentes de aspecto caucásico (si bien el hecho de que llevaran el rostro cubierto hizo difícil determinar con certeza su procedencia étnica) asaltaron el campus de la Universidad Pompeu Fabra en la Ciudadela y provocaron múltiples desperfectos en el mobiliario.
Asimismo, otros grupos de vándalos igualmente embozados (de parecida extracción geográfica que los primeros, si bien, insisto no querría incurrir en sesgos que pudieran dar lugar a malentendidos) irrumpieron en los campus de Mar y Poble Nou de la UPF y, tras bloquear los accesos, ocasionaron daños de diversa cuantía en las instalaciones.
Como acostumbra suceder, la policía no practicó ninguna detención entre los individuos que protagonizaron los incidentes. ¡Cómo iba a hacerlo, si ni siquiera acudió al lugar! Así y todo, y aunque parezca un contrasentido, no seré yo quien repruebe su inacción, pues el colectivo policial es, hoy por hoy, pasto de la desmoralización.
No hace una semana, un representante del sindicato estallaba ante las cámaras, harto de los reproches de que son objeto por parte de no pocos ciudadanos y la gran mayoría de los medios de comunicación: “Hacemos cuanto podemos, pero carecemos de las necesarias dotaciones para combatir la explosión de violencia e incivismo que sacude Barcelona”. Lo que el agente, acaso por decoro institucional, no osó decir, es que en caso de que contaran con los suficientes efectivos , el resultado sería imperceptible, pues los pocos menores (¡y no tan menores!) que son apresados entran-por-una-puerta-y-salen-por-la-otra.
Algunos de estos muchachos –pertenecientes, justo es decirlo, a familias decontracté, y que han crecido, ay, en el más desolador de los arraigos- acumulan decenas de detenciones por amenazas, lesiones, pillaje, atentado contra la autoridad... Y nada. Por si fuera poco, empieza a haber informes atendibles de un aumento en la ciudad de maleantes de esa misma condición llegados de otras comunidades, como consecuencia del denominado “efecto llamada”, a su vez relacionado con la impunidad que les procuran las autoridades locales: ya saben, que si en el fondo son víctimas, que si con mano dura no se resuelve nada, que si hay que ir a las causas… Y mientras tanto, la perla del Mediterráneo, que presumía de ser una de las ciudades europeas más pujantes, ve cómo ese índice de progreso cae a niveles impensables. Porco governo!
*Mena (cat.): Clase a la que pertenece una persona o una cosa por su forma de ser en comparación con los de naturaleza análoga.
Voz Pópuli, 4 de noviembre de 2019
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