Contrariamente a lo que suele pensarse, el principal blanco del odio de cualquier nacionalista fetén acaban siendo sus semejantes. Hitler, por ejemplo, llegó a la estertórea conclusión de que los alemanes no habían estado a la altura de su desvarío (en lo que, obviamente, no era más que un autoengaño, pues de lo que Alemania anduvo escasa fue de antinazis; hoy, en cambio, y a semejanza de lo que ocurre en España con el antifranquismo, los hay a paletadas), y que la nación que él había previsto, ese Reich que logró construir hasta mucho más allá del piso piloto, había acabado reducido al escombro de sus propias hechuras.
En el caso catalán (sabrán excusarme el toute proportion gardée: prueba de ausencia no es lo mismo que ausencia de pruebas), a la ceba de la pureza se le han ido desprendiendo en los últimos tiempos un gran número de capas. El sol poble con el que fantaseaba Pujol (y al que Maragall y Montilla dieron timbre de veracidad), viene dando episodios como el acoso a un grupo de candidatos de ERC por parte de quienes ocupan un círculo más próximo a la ortodoxia en la ovina comedia en la que se ha convertido Cataluña, lugar ciertamente dantesco.
A este mismo retablo también corresponde la escena de la alcaldesa Colau cruzando la plaza de San Jaime entre insultos, si bien los comunes ya sabían, por boca de la cupaire Mireia Boya, el lugar que esta república en ciernes habrá de reservar a los traidores. A Rufián, el mismo que acuñara 155 monedas de plata, se le está poniendo cara de Obiols, y Torra fue recibido al grito de botifler en no sé qué fábrica de ratafía. Ni siquiera la CUP está a salvo: “Escup a la CUP” es ya una consigna más o menos extendida entre los indígenas más recalcitrantes.
Hablaba no hace mucho con mi amigo Julio Valdeón del apasionante tema de la traición y sus infinitudes, y nos dimos a imaginar quién sería el último guardián de las esencias, qué clase de coronel Kurtz anidaría en el núcleo mismo (¡el pinyol!) del bulbo catalán. Pocas veces he sido tan consciente de estar otorgándole a la literatura la función de escapismo. O, más bien, de escapatoria.
Voz Pópuli, 8 de noviembre de 2019
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