La preeminencia de la denominada “batalla por el relato” ha convertido la política en una timba de sedicientes virtuosos, donde la baza ganadora consiste en presentarse ante el votante como un honrado jornalero de la concordia, al tiempo que endosas a tu principal adversario una incapacidad crónica para el entendimiento. “Ya ven, yo les tiendo la mano y ellos la rechazan, por lo que no queda otra que dirimir nuestras diferencias en unas nuevas elecciones, eventualidad que, como todo el mundo sabe, hemos tratado de evitar hasta el último minuto”.
Con arreglo al nuevo catecismo, el candidato que alcanza a formular esta jeremiada tiene las de ganar en los siguientes, inexorables comicios, toda vez que el pueblo prima al conciliador y castiga al particularista. Hasta este punto, el programa electoral que defiende cada uno de los contendientes es, si no irrelevante, sí accesorio. De hecho, no es descabellado afirmar que una parte central de la propuesta tiene que ver con la gestión del despecho, con la exhibición de los aspectos más venerables del desengaño, y aquí es donde entra en juego la fraseología concesiva, tipo “los españoles están indignados y con razón” y “estamos dando un espectáculo lamentable”, “siento vergüenza de mi gremio”, con Unamuno como tótem recurrente.
La negociación entre el PSOE y Podemos ha supuesto un recrudecimiento de esta clase de disputas. No en vano, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han medido el beneficio en términos de pervivencia en el poder, de suerte que el único escollo real ha sido la sospecha, por parte de ambos socios, de que una UTE de esas características no les garantizaba llegar a 2023 en condiciones ventajosas para, en el caso de Iglesias, sobrepasar al PSOE, y en el de Sánchez, hacer añicos a Podemos.
¿Y dónde queda España en este juego de rol? España quedó fuera de la partida en el momento en que Sánchez tentó a Iglesias con la responsabilidad en un área de comercio. ¡A Iglesias, un enemigo declarado! Y es que ni siquiera hace falta mentar a Bildu y ERC. Cuando la democracia y sus avatares se supeditan al control de la narrativa (lo que excluye llamativamente la intransigencia y el sectarismo que tanto Sánchez como Iglesias -ya no digamos Rivera- vienen demostrando de puertas adentro) lo que acontece es una burda ficción asintáctica.
Voz Pópuli, 29 de julio de 2019
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