No hace ni dos meses, el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, recomendaba al PP que pensara por qué se le iban “los votantes o gente válida como Garrido”. Es dudoso que tras la marcha de Toni Roldán
se aplique el cuento. Sobre todo, porque parece confiar en que la
imagen de resiliente que cree estar proyectando obre en él un milagro
parecido al que obró en Pedro Sánchez, y su ‘no es no’
al PSOE se tenga por un signo de virtud que le allane el camino a La
Moncloa. En su obstinación por acortar los plazos para lograr esa meta, Rivera ha convertido Ciudadanos en una suerte de pulsión indescifrable. En un hashtag.
A qué ahuyentar al votante medio metiéndose en honduras o planteando
debates impopulares. Es más conveniente asomarse a Twitter, pulsar el
ambiente y acomodarse a él. Nadie se extrañe de que semejante molicie
haya consolidado la aspiración, ciertamente pintoresca, de suplantar al
PP. Son los riesgos del pancismo. Llegados a este punto, y ante la
incapacidad de Rivera para seguir pilotando la nave, se hace necesario
el relevo, que sería baldío si no fuera acompañado de una refundación.
Por lo demás, no deja de ser llamativo que el roce con Vox haya
precipitado una crisis en Ciudadanos y, en cambio, ningún dirigente
socialista haya siquiera amagado con dimitir porque el PSN le dé a Bildu
la llave de Navarra. Ese desolador contraste es tan sólo una de las
muchas razones por las que Ciudadanos sigue siendo necesario.
The Objective, 25 de junio de 2019
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