Como es habitual en tiempos de politólogos, el fenómeno llega envuelto en llamamientos a fijar sus causas y, en un alarde de compasión inversa, tratar de que no vaya a más. Si el PP fue una fábrica de independentistas, el independentismo es una fábrica de españolazos que a su vez engendrarán más independentistas. El bucle, menos melancólico que vicioso, excluye la más elemental de las razones: la frivolidad. Vox es un hidalgo engominado que gusta de hacerse notar en los restaurantes, nunca se resiste al tercer gintónic y cree que La ciudad que fue es una película de Martínez Soria. Por lo demás, el germen trumpiano del partido no debiera confundirnos: Abascal es un Putin de Bilbao; eso sí, pasado por el jacuzzi de Gil y Gil. Una muestra, en fin, de que España es de veras diversa.
Lean
las 100 medidas urgentes, esa oda al parloteo de sobremesa donde antes
que el nombre prima el adjetivo: suspender la autonomía catalana “hasta
la derrota sin paliativos del golpismo”, anteponer los intereses de
España a los “intereses de los caciques”, “rebaja radical” del impuesto
sobre la renta. “España, lo primero”, reza el lema del manifiesto que
Vox presentó el pasado mayo. A cualquiera de sus seguidores les
pondríamos en un aprieto si les preguntáramos: ¿Y lo segundo?
Voz Pópuli, 12 de octubre de 2018
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