A Pablo Casado le asombraría saber que en España es tradición matar a
los cerdos en casa, y que sólo desde principios de los noventa del
siglo pasado rige una normativa sanitaria y de bienestar animal
(aturdimiento previo) que no pocos aldeanos incumplen orgullosamente. Sacrifici,
el documental de Santi Trullenque coprotagonizado por el cocinero Nandu
Jubany y un amoroso ejemplar de puerco catalán, no se puede abrochar
precisamente con la certificación pacmática de que la bestezuela
no-sufrió-daño-alguno. La provocación no se limita al degüello, el
borbotón y los chillidos. No en vano, mientras que la mano del hombre
mata y despieza, la de la mujer amasa y embute. Usanzas occidentales.
Las
ha habido más cruentas, como el toro alanceado de Tordesillas, cuya
prohibición definitiva data de anteayer, o los gansos de Lequeitio, que
hasta 1986 se ataban vivos a la soga, a partir de ese año se ataron
muertos, y hoy son de goma; también la cabra que los quintos de
Manganeses arrojan desde el campanario es una cabra de mentira (los
ejemplares anteriores a 2001, realísimos, ‘saltaban’). (No lo digo con
entero regocijo: a ese mismo lote corresponde el toreo, rito exhausto.)
El progreso, no lo duden, también alcanzará a Fuenterrabía, y el
hostigamiento a las vecinas que desfilan en el Alarde (por parte, sobre
todo, de otras vecinas) dejará de alimentar la sección de sucesos para
convertirse en reliquia antropológica, tal vez junto con el Alarde
mismo. Pero a quien debe alcanzar, y se va haciendo tarde, es a los
dirigentes del Partido Popular. La ablación de clítoris no es una
costumbre, sino un delito, y lo que nuestros inmigrantes deben respetar
no es la Navidad, sino la ley. La invocación ‘costumbrista’, por lo
demás, no tiene como objetivo, como da en afirmar la general
politología, vaciar de sentido a Vox. El copyright, en este punto,
pertenece en exclusiva al partido del vino, la vida y la familia.
The Objective, 28 de noviembre de 2018
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