Por lo demás, llama la atención que los vecinos de
asiento del ministro apenas afectaran un resto de indignación, y sobre
todo que no lo hiciera Delgado, cuando en
los últimos meses, y ante las legítimas reprensiones de representantes
de Ciudadanos o el PP, nos ha deleitado con un patético repertorio de
muecas y retorcimientos.
Para cálculo inmoral, no obstante, el de Sánchez,
cuyas omisiones se escriben con tinta simpática. La del miércoles
rezaba más o menos como sigue: “Borrell es un político de una pieza, uno
de los más brillantes parlamentarios que ha dado el Congreso y, sobre
todo, un catalán modélico, comprometido sin ambages, y en todos los
frentes, con la defensa de la Constitución, es decir, con la defensa de
la libertad. Eso, en definitiva, es lo que les irrita a golpistas como
Rufián”. Fíjense, ni siquiera habría tenido que especular con si hubo o
no hubo gargajo.
Dicho lo cual, y si Borrell es tan
íntegro y ejemplar como damos en suponer, resulta incomprensible que
permanezca un segundo más en un Ejecutivo cuyo jefe no sólo rehúye
defenderle, sino que además achaca el ataque a la crispación
alentada por la derecha, en un razonamiento que nada tiene que envidiar
al del eclesiástico que, recientemente, responsabilizó de los abusos a
monaguillos a la laxitud ambiental de nuestra era.
(Coda:
Dado que a Sánchez se le entiende todo, les adelanto la siguiente
omisión: "Como no puede ser de otra manera, la cooperación con Cuba está
supeditada al cese de la persecución de los disidentes, al respeto a
los derechos humanos y al aperturismo democrático. Lamentablemente, la
llegada al poder de Díaz Canel no se ha traducido en ningún avance al respecto".)
Voz Pópuli, 23 de noviembre de 2018
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