“La renuncia de Cifuentes al máster es condición necesaria, pero no suficiente”. “Cifuentes está reconociendo que ha mentido y esa es la cuestión del caso”. “Cifuentes representa la cultura del esfuerzo según el Partido Popular: pilla hasta que te pillen”. “Ya no puede devolver la dignidad a las instituciones públicas que ella misma ha manchado con su falta de ejemplaridad”. “Estamos a las puertas de un nuevo tiempo en la política española y en la madrileña en particular”. “Cristina Cifuentes y Albert Rivera tienen algo en común: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Cifuentes no hizo el máster, pero Rivera se está doctorando en cinismo”.
La misma persona que se llenó la boca de reproches a Cifuentes, anunciando el advenimiento de un tiempo nuevo; la que se permitió tildar de cínico a Albert Rivera (¡se está doctorando en cinismo! Bien sabía de qué hablaba, el muy tunante); la que promovió, en fin, una moción de censura apelando a la corrupción miasmática del partido gobernante, venía de firmar una tesis doctoral que, según todos los indicios, había perpetrado un tal Ocaña ensamblando materiales de derribo.
El caso no es equiparable a los de Cifuentes, Casado o Montón. (Por ceñirnos al ámbito de la política, el de Sánchez sería un caso similar, con alguna que otra salvedad, al del profesor Junqueras, que sometió la tesis de un Jaime Carrera al método intertextual). No en vano, a diferencia de cualquier máster, incluso de cualquier máster que no verse sobre Estudios Interdisciplinares de Género, el doctorado es la llave de la docencia universitaria. O lo que es lo mismo: faculta a su poseedor para optar a una sustancial mejora de posición, lo que sitúa el fraude en la esfera de la estafa económica. La intelectual, tratándose de España y la universidad, se da por sentada.
El pacto con la antiespaña para desalojar del poder al Partido Popular, máxime en un instante en que la principal amenaza que enfrenta la democracia es el nacional-populismo, evidenció que Sánchez era un ventajista sin miramientos. Esa misma inmoralidad, después de todo, es la que rezuma su TD. Y la que le llevó a afirmar, con aflicción sobrevenida, cumpliendo el ritual socialdemócrata de explotar la sentimentalidad hasta lo indecible, “hoy he perdido a una amiga como ministra”. Compréndanlo, él iba a un entierro y de repente fue él quien se vio en el ataúd.
Voz Pópuli, 14 de septiembre de 2018
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