Raras veces me han dicho “no”, así, a bocajarro, pero lo
que me inquieta de verdad es que tampoco recuerdo que me hayan dicho
“sí”, por lo que a no mucho tardar (¡o eso espero!) habré de responder
de mi conducta ante un juez. Hablo, por supuesto, de mi experiencia como
adulto; de crío, el sí y el no, de viva voz o manuscritos en una de
esas notitas que iban circulando de pupitre en pupitre, fueron el código
binario de mis desasosiegos. De ese sin aristas parecen sacados los
usos amorosos que impone el nuevo mujerismo, y a los que el Gobierno
pretende otorgar rango de ley. En adelante, todo lo que la seducción
tiene de sofisticado, de civilizatorio, ¡de humano! habrá de pasar por
el cedazo del metoo.
La conversación ingeniosa, las ocurrencias chistosas, aquel pestañeo
suyo; el lenguaje, en suma, ese milagro que nos exime de la humillación
de preguntar sí o no, será un crédito potestativo, pues en última
instancia, y antes de rozarse siquiera, habrá que sellar una póliza.
Y qué hay de los arrebatos, esos lances en los que no
media palabra ni consentimiento alguno, por vago o impreciso que sea, y
en los que se entremezclan la brusquedad, el desespero e incluso el
desdén. Qué hacemos con la mantequilla de El último tango y la harina de El cartero siempre llama dos veces, qué con Eyes Wide Shut o Herida.
¿Y el alcohol, presente en la inmensa mayoría de las relaciones entre
desconocidos? ¿Qué ha previsto el progresismo (¡el progresismo!) para
sancionar esa evidencia? Desde que a propósito de los 5 de Pamplona,
tantísimas (y tantísimos) comentaristas concluyeron que hacer una
mamada con los ojos cerrados revela coacción, cabe esperarlo todo. Y no
lo digo retóricamente: Podemos registró ayer una proposición no de ley
que incluye una multa de tres a nueve meses o de 31 a 50 días de
trabajos comunitarios para quien se dirija “a una persona en vía pública
con proposiciones, comportamientos o presiones de carácter sexual o
sexista que, sin llegar a constituir trato degradante ni atentado contra
la libertad sexual, creen para la víctima una situación intimidatoria”.
Aluden, en efecto, a las zalamerías de toda la vida, a las que tan
propenso soy. Ya no digamos mi amigo Juan Abreu, del que las charcuteras del mercado celebran sus preciosidad, belleza, mami linda y qué te has hecho en el pelo hoy, esa querencia suya al piropeo frente a la que la izquierda no ofrece más que cilicio.
Voz Pópuli, 13 de julio de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario