viernes, 13 de julio de 2018

Verdad o acción

Raras veces me han dicho “no”, así, a bocajarro, pero lo que me inquieta de verdad es que tampoco recuerdo que me hayan dicho “sí”, por lo que a no mucho tardar (¡o eso espero!) habré de responder de mi conducta ante un juez. Hablo, por supuesto, de mi experiencia como adulto; de crío, el sí y el no, de viva voz o manuscritos en una de esas notitas que iban circulando de pupitre en pupitre, fueron el código binario de mis desasosiegos. De ese sin aristas parecen sacados los usos amorosos que impone el nuevo mujerismo, y a los que el Gobierno pretende otorgar rango de ley. En adelante, todo lo que la seducción tiene de sofisticado, de civilizatorio, ¡de humano! habrá de pasar por el cedazo del metoo. La conversación ingeniosa, las ocurrencias chistosas, aquel pestañeo suyo; el lenguaje, en suma, ese milagro que nos exime de la humillación de preguntar sí o no, será un crédito potestativo, pues en última instancia, y antes de rozarse siquiera, habrá que sellar una póliza.

Y qué hay de los arrebatos, esos lances en los que no media palabra ni consentimiento alguno, por vago o impreciso que sea, y en los que se entremezclan la brusquedad, el desespero e incluso el desdén. Qué hacemos con la mantequilla de El último tango y la harina de El cartero siempre llama dos veces, qué con Eyes Wide Shut o Herida. ¿Y el alcohol, presente en la inmensa mayoría de las relaciones entre desconocidos? ¿Qué ha previsto el progresismo (¡el progresismo!) para sancionar esa evidencia? Desde que a propósito de los 5 de Pamplona, tantísimas (y tantísimos) comentaristas concluyeron que hacer una mamada con los ojos cerrados revela coacción, cabe esperarlo todo. Y no lo digo retóricamente: Podemos registró ayer una proposición no de ley que incluye una multa de tres a nueve meses o de 31 a 50 días de trabajos comunitarios para quien se dirija “a una persona en vía pública con proposiciones, comportamientos o presiones de carácter sexual o sexista que, sin llegar a constituir trato degradante ni atentado contra la libertad sexual, creen para la víctima una situación intimidatoria”. Aluden, en efecto, a las zalamerías de toda la vida, a las que tan propenso soy. Ya no digamos mi amigo Juan Abreu, del que las charcuteras del mercado celebran sus preciosidad, belleza, mami linda y qué te has hecho en el pelo hoy, esa querencia suya al piropeo frente a la que la izquierda no ofrece más que cilicio.

Voz Pópuli, 13 de julio de 2018

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