martes, 24 de julio de 2018

Sacerdotisas, al fin

En su peripecia igualitaria, la mujer ha conquistado una cima impensable o acaso inadvertida: la retransmisión televisiva de partidos de fútbol. En el pasado Mundial, la locutora brasileña Isabelly Morais narró para Fox Sports el debut de la ‘penta’ contra Suiza, y sólo cinco días después, la británica Vicki Sparks, tertuliana habitual de Final Score, el programa decano de los ‘estudio-estadio’ europeos, puso voz al Portugal-Marruecos. En España, la periodista que está llamada a hollar ese ocho mil es Natàlia Arroyo, comentarista de Bein Sports (así ensalzaba sus análisis el técnico del Betis, Quique Setién), cronista del diario Ara (se ocupó durante un tiempo del RCDE y como quiera que sus piezas eran las que despertaban mayor interés, le asignaron el Barça; hasta los cronistas nos roban) y seleccionadora catalana.

Cualquier deporte que lleve adosado el adjetivo ‘femenino’ implica un consenso sobre las limitaciones. El sexo es un hándicap tan natural como la edad, de ahí que las hazañas de las mujeres y los alevines se celebren con un deje inexorable de arrogancia. Mal que nos pese, de las chicas no se dice que son marcianas, sino que son messis, ¡ronaldinhas! Pero una locutora no sólo puede medirse con Víctor Hugo Morales, Matías Prats o Héctor del Mar, sino que está obligada a ello. Como es fama, todas esas leyendas empezaron de críos, recitando alineaciones frente al palo de una escoba o, en demediado delirio (¡bien lo sé!), cantando sus propias jugadas de forma simultánea (y en tercera persona, como Hugo Sánchez). En casi todos los cursos de mi colegio había una chica que prefería el fútbol a la comba, pero nunca conocí a ninguna que ‘jugara’ al carrusel deportivo. Ignoro si Sparks o Morais cumplieron de crías con ese rito iniciático. Sea como sea, tan asombroso como una mujer oficiando es un hombre dejándose oficiar. Por eso el progreso es general.

The Objective, 24 de julio de 2018

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