Cualquier
deporte que lleve adosado el adjetivo ‘femenino’ implica un consenso
sobre las limitaciones. El sexo es un hándicap tan natural como la edad,
de ahí que las hazañas de las mujeres y los alevines se celebren con un
deje inexorable de arrogancia. Mal que nos pese, de las chicas no se
dice que son marcianas, sino que son messis, ¡ronaldinhas! Pero una
locutora no sólo puede medirse con Víctor Hugo Morales, Matías Prats o
Héctor del Mar, sino que está obligada a ello. Como es fama, todas esas
leyendas empezaron de críos, recitando alineaciones frente al palo de
una escoba o, en demediado delirio (¡bien lo sé!), cantando sus propias
jugadas de forma simultánea (y en tercera persona, como Hugo Sánchez).
En casi todos los cursos de mi colegio había una chica que prefería el
fútbol a la comba, pero nunca conocí a ninguna que ‘jugara’ al carrusel
deportivo. Ignoro si Sparks o Morais cumplieron de crías con ese rito
iniciático. Sea como sea, tan asombroso como una mujer oficiando es un
hombre dejándose oficiar. Por eso el progreso es general.
The Objective, 24 de julio de 2018
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