Berlanga hacía
cine futurista. El comité de bienvenida en el puerto de Valencia a esos
pobres desgraciados, en el que no habría desentonado una paella para
600, asemejaba un Mr. Marshall coloreado, remasterizado y, ay,
pixelado, un remedo levantino de Villar del Río donde el decreto de
algarabía tendiera a confundir a redentores y redimidos en una misma e
improbable falla estival.
En ese domund
de la posverdad se apretujaron arribistas del último día, profesionales
de la solidaridad y clickbaiters de primera hora; a todos les unía el
afán de mimetizarse con los pasajeros del Aquarius, al punto
que hay imágenes donde, insisto, se hace difícil distinguir al negrito
del americano. Nunca sabremos, por cierto, quién estaba más de paso.
Precursor de precursores, Berlanga también incrustó el spoiler de nuestro tiempo en Todos a la cárcel.
Recordemos, si no, el argumento del film: con el pretexto de conmemorar
el Día Internacional del Preso de Conciencia, una corte de políticos,
empresarios e intelectuales que habían conocido la cárcel durante el
franquismo, acude a pasar el día a la prisión Modelo de Valencia. El
objetivo confeso es ponerse en la piel de los internos para reivindicar
la memoria del antifranquismo (un autohomenaje) y ponderar, por
comparación, las excelentes condiciones de las instituciones
penitenciarias de la España democrática; el inconfesable, rematar los
flecos de alguna que otra corruptela y, a despecho de cualquier vestigio
de moralidad, seguir pretendiéndose víctimas aunque ya lo sean sólo de
sí mismos.
The Objective, 22 de junio de 2018
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