Lo publicaba ayer El Confidencial, y por mucho que el procés
nos haya acostumbrado al esperpento, la noticia merece un ¡paren
máquinas!: “(Según fuentes conocedoras de los movimientos de Puigdemont,
éste se plantea) acceder camuflado al Parlament el día de la
investidura”. Sería, prosigue el diario, una de sus “únicas opciones de
repetir al frente del Ejecutivo y evitar el desgaste de un destierro
casi perpetuo en Bélgica”.
Dado que el
presidenciable ya lleva la peluca de serie, cabría esperar de él un
redoble de audacia. Que se disfrazara, por ejemplo, de Inés Arrimadas,
aun a riesgo de que en la confusión tuviera que corresponder a un
achuchón de Xavier Cima, al que apenas sorprendería el súbito acento
tractoriano de su esposa, al cabo un caso milagroso de integración.
Sí,
la peculiarísima voz de Puigdemont, ese orfeón de gallos, haría
sospechar al más crédulo, pero si Jack Lemmon y Tony Curtis lograron dar
el pego, cómo iba a ser menos nuestro Fantomas de Amer. Y si no de
Arrimadas, de Mayka Navarro, mímesis que acaso comportara que, sin
comerlo ni beberlo, el Puchi fuera reclamado para intervenir donde Ana
Rosa.
Bien pensado, no habría nada más infalible que la treta
Espartaco, a saber: que todos los diputados soberanistas se hicieran
pasar por Puigdemont, lo que permitiría al genuino camuflarse entre
ellos, o sea entre sí mismo, obrando así el prodigio de quebrar, al
tiempo que la ley, la gramática. Y desvelando, de paso, el único sentido
posible de eso que llaman ‘una sola Catalunya’.
The Objective, 19 de enero de 2018
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