jueves, 18 de enero de 2018
Maragall, el primer tabarnés
Hubo una Tabarnia antes de Tabarnia, una Tabarnia anteprocesiana igualmente alérgica o indiferente al nacionalismo, y cuyo único rasgo diferencial respecto a la actual Tabarnia es que fue real. Me refiero, claro está, a la Corporación Metropolitana de Barcelona, CMB, una entidad supramunicipal que, constituida en 1974, alcanzó con Pasqual Maragall tal estatus como actor político que Pujol llegó a obsesionarse con su desbaratamiento. No en vano, y al igual que Tabarnia, la Corpo, como se conocía popularmente al organismo de Maragall, también tuvo su propia bandera, consistente en un escudo de Barcelona sobre fondo azul y, si mal no recuerdo, unas ondas horizontales en blanco.
Entre las leyendas que circulan acerca de la enfermiza animadversión que aquella némesis le provocaba al Honorable, se cuenta la que le atribuye un horrísono “Prou!” (¡Basta!) al recibir la noticia de que a la bandera se había añadido un himno. Dada la inclinación de los barceloneses a parlotear en ese peculiarísimo catalán llamado español, la CMB acreditaba al menos tantos elementos para constituirse en nación como Cataluña.
En 1987, con el tema copando portadas y abriendo telediarios (como ayer, ay, lo abrió Tabarnia), Pujol habló como solía en sus años de gloria, entreverando sus sentencias de circunloquios avinagrados, arrogantes, oraculares. “Las ciudades hanseáticas son ciudades poderosas sin rerepaís. No son un país. Y un país es mucho más que una ciudad, por grande, poderosa y entrañable que la ciudad sea”.
Ciertamente, el signo de los tiempos no estaba del lado de Maragall. Un año antes, la primera ministra británica Margaret Thatcher había abolido el Greater London Council (GLC) y devuelto el poder a los gobiernos locales para “disminuir la burocracia”, y a ello se aferró Convergència para revestir su cruzada contra Barcelona de “modernidad europea”.
El cuerpo a cuerpo entre socialistas y convergentes tuvo su instante de mayor encarnizamiento en la contienda electoral entre Maragall y Cullell, que convirtió la campaña en un campo minado, con el candidato de CiU dando pábulo al rumor de que Maragall era alcohólico (que se propagó, por cierto, desde las filas socialistas) y profiriendo que en Barelona había barrios hambrientos. Aquí hi ha gana (aquí hay hambre) se llamó la campaña. Maragall se impondría a Cullell, y Pujol acabaría pasando el rodillo en el Parlamento para desmantelar la Corpo.
El hecho de que tan sólo tres socialistas (entre ellos el propio Maragall) abogaran por recurrir la votación, que consagraba una Cataluña dividida en consejos comarcales, esto es, en microtractorías, desarboló al alcalde, que a partir de ese instante dejó de concebir el PSC como su partido para empezar a verlo como una formación timorata, confortablemente aquerenciada en la oposición y, en cierto modo, inservible para conquistar el poder.
Fue aquel Maragall, en cierto modo, un tabarnés avant la lettre.
Voz Pópuli, 18 de enero de 2018
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