El manifiesto que dio pie a la fundación
de Ciudadanos, presentado en la primavera de 2005 en el restaurante
Taxidermista, no sólo enumeró de forma preclara los estragos de más de
dos décadas de nacionalismo (conservador, primero, y de izquierdas
después). Además, aventuró la posibilidad de que esa Cataluña uniforme
(en el lenguaje del régimen, integradora), de la que manaban casi a diario proclamas de país, tal
vez no lo fuera tanto. A los quince intelectuales que elaboraron el
texto (probablemente, uno de los documentos políticos más influyentes de
nuestra democracia) les asistía la certeza de que Cataluña era una
comunidad heterogénea. En cierto modo, no tenían más que mirarse a sí
mismos y a la mayoría de las gentes de su entorno fraternal o familiar
para inferir que no todos los catalanes creían que el castellano era una
lengua impuesta por el franquismo, o que los problemas se resolvieran
aflojando los vínculos con España. De hecho, los
firmantes presumían que, si bien no todas, algunas de las soluciones
bien podrían venir del restablecimiento de esos mismos vínculos, en los
que, lejos de ver un yugo, intuían una trama de afectos.
¡Qué fría estaba el agua aquel 7 de junio en Barcelona! Mas se
lanzaron, reclamando la creación de un partido que se identificara con
la tradición ilustrada, los valores laicos y los derechos sociales, y
que tuviera como objetivo inmediato la denuncia de la ficción política instalada en Cataluña.
El temor que aquel llamamiento infundió en palacio no tardó mucho en
aflorar. Se evidenciaba, sobre todo, en la nerviosidad de las risas, que
pronto devinieron en insultos ("lerrouxistas", "inadaptados",
"fascistas") amenazas y agresiones.
Ni el diagnóstico ni el remedio estaban errados. Ciudadanos, el
partido que más se parece al que los 15 bosquejaron en interminables
sobremesas, está en condiciones de ganar las elecciones autonómicas, lo
que da perfecta cuenta de la ingente cantidad de figurantes que
deambularon, que deambulamos, por el plató catalán. Sin embargo, aunque
las pierda o no llegue a gobernar, habrá satisfecho el propósito capital
para el que fue concebido: restaurar la realidad.
Libertad Digital, 19 de diciembre de 2017
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