miércoles, 28 de septiembre de 2016

Un sí es no es

Me despierto a diario con los alaridos de una vecina que, algo antes de las siete, asorda a la comunidad con una retahíla de noes. No, dice. Nooo... Noooo... Nooooo... Noooooo... Dado que jamás he sufrido esa clase de sobreactuaciones, la primera vez que oí tan perturbadora negación salí al rellano y traté de identificar el piso donde, sin ningún genero de duda, un macho grasiento estaba apaleando a su pareja. En ese preciso instante, mi venerable vecina (la de la puerta contigua a la mía) salió de casa y me puso sobre aviso: “Tranquilo, nadie está matando a nadie”. Luego de un “no” sostenido que parecía brotar del averno mismo, la finca se derrumbó en paz. Desde entonces, esos noes in progress han sido el pórtico de mi desperezo. No han faltado situaciones embarazosas, como el día en que Lola me preguntó a qué se negaba exactamente esa mujer, o el día en que un vecino asomó la cabeza por una ventana del patio interior y pronunció una, digamos, conferencia sobre la impudicia. Así y todo, hasta hoy no he podido sino agradecer ese rítmico oleaje que mordisqueaba la arena. Hasta hoy, insisto. Eran las las 6 y 54 cuando mi vecina, en un acto de renuncia que jamás le perdonaré, ha dicho sí. 

("El referéndum de la OTAN en versión lúbrica", comentó Albert.)

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