Como ya deben de saber, el Ayuntamiento de Barcelona desterró en estas fiestas la pista de hielo que solía instalarse en la Plaza Cataluña, y organizó en su lugar una sedicente feria de consumo responsable y economía solidaria. Según alegó el inefable Pisarello, la pista de hielo no era económicamente sostenible y, además, generaba empleo precario, por lo que urgía "reconquistar" el emplazamiento (empleó ese mismo verbo, reconquistar, cual si el patinaje sobre hielo fuera un reducto belicoso al servicio del capital y quienes llevábamos allí a nuestros hijos, lacayos del sistema). "Ha llegado la hora", remachó el mandante, "de que los vecinos visibilicen otras formas de consumo y reflexionen sobre la economía social y solidaria".
Entre las entidades que participaron en la feria se hallaban la asociación okupa El Lokal, la editorial agitprop Tigre de Paper (en cuyo catálogo figuran títulos como El manifiesto comunista, No Pasarán, una historia del asedio de Madrid y Cuando el miedo cambia de bando) y el sello Espai Contrabandos (al que pertenecen Una nueva Transición, de Pablo Iglesias, y el Nuevo diccionario histórico-político de Euskal-Herria, de Iñaki Egaña). Por descontado, no faltaron la venta de camisetas contra el turismo, conforme a la doctrina, resueltamente xenófoba, que da en trazar una línea entre guiris y nativos, ni la exhibición de toda clase de quincalla filochavista.
Sí, lo han acertado, se trataba de vetar una propuesta lúdica, destinada a entretener a los críos durante los días en que no hay colegio (lo que generaba, dicho sea de paso, un ingente tráfico de familias que, al decir de los comerciantes de la zona, animaba las ventas), y convertir el espacio público en un centro de adoctrinamiento, que propiciara que los vecinos reflexionaran en torno al pecado en que incurren cada vez que, por Navidad, se entregan a la fiebre consumista, ese vicio pequeñoburgués. La iglesia, con todas sus reconvenciones, se emplea con mayor sutileza a la hora de tratar de esculpir el pensamiento de la feligresía. Porque a eso, en efecto, se dedican los gobiernos de las Colaus, las Carmenas y los Ribós, a tutelar la moral de los electores, a los que tienen, al parecer, por una caterva desprovista de valores o cuyos valores no son tan sublimes como los que ellos atesoran. El gobierno de la gente, dicen. Y nadie la desprecia tanto.
Libertad Digital, 7 de enero de 2016
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