viernes, 15 de enero de 2016

A Rivera le duele Dinamarca


Contrariada por el ramillete de disparidades que parece cundir entre la militancia de su bisoña formación, Birgitte Nyborg, lideresa in pectore de la misma, atraviesa la planta diáfana del viejo almacén que les sirve de oficina electoral y hace tintinear la taza de café con un repiqueteo de la cucharilla, convocando así la atención de los presentes.

Os estoy muy agradecida por el tiempo que hemos compartido. Muchas, muchas gracias… Y quiero que os fijéis en ese enorme tablón [una pizarra veleda en la que los simpatizantes han ido colgando noticias alusivas a la conveniencia de tal o cual propuesta]. En muchos sentidos, nuestro partido me recuerda a ese enorme tablón de noticias. Podría decir incluso que, ahora mismo, nuestro partido es ese tablón de noticias. No sé si alguno de vosotros las ha leído todas… Yo sí. Anoche. Es fantástico. ¡Cuántos sueños! ¡Cuántas opiniones! ¡Cuántas esperanzas e ilusiones! Dice en él que nuestro partido apoya un entorno más ecologista, pero también liberalizar la agricultura; nacionalizar el sector bancario, pero también dar más libertad a los negocios; bajar los impuestos, pero también subirlos… Un partido no puede defender políticas contradictorias. Debo decir también que hay muchas cosas en el tablón con las que no estoy en absoluto de acuerdo… Como es natural, todos los aquí presentes estamos a favor del bienestar de los animales, pero no hasta el punto de considerarlos casi unos ciudadanos más. (Jantzen, he estado ojeando tu libro de cuatrocientas páginas sobre teorías que abogan por el control de las empresas y la sociedad civil y me recuerda a una visión suavizada de la Unión Soviética; esa tampoco será nuestra política). Compartimos los llamados «valores culturales cristianos», pero aun así, no pondremos en cuestión el derecho de las mujeres a abortar. Es evidente que algunos se han unido a nosotros con ideas más radicales de las que tendremos nosotros jamás. A esas personas les digo amable y cortésmente: este no es vuestro partido. A todos nos ha entusiasmado formar parte de un movimiento de masas. Ahora vamos a ser más pequeños. Y a tener un rumbo. Muchísimas gracias a todos, seguiremos en contacto.

La escena corresponde al capítulo tres de la tercera temporada de Borgen, serie que destripa la política danesa a partir de los desvelos del personaje de Birgitte Nyborg, presidenta del Partido Moderado (PM) y a quien, en la primera temporada, vemos acceder al cargo de primera ministra de la mano de una coalición de gobierno entre su formación, Los Verdes y el Partido Laborista. Por establecer un símil con España, el partido local que más se parece al PM de la ficción televisiva es Ciudadanos. De hecho, y en lo que respecta a Dinamarca, Borgen es una suerte de desideratum, de horizonte moral, si se quiere, pues el espectro político del país nórdico carece de una formación de centro con tanta influencia como la que ejerce Ciudadanos en nuestro país.

El PM de Birgitte Nyborg aúna en su ideario principios de tradición liberal y principios de tradición socialdemócrata. Defensores de la economía de mercado (es decir, partidarios de la realidad), los moderados propugnan, asimismo, la universalidad de la sanidad y la educación públicas, y abogan por que el Estado contrarreste los efectos de la pobreza mediante el sistema de prestaciones de la seguridad social, evitando, eso sí, la arbitrariedad y discrecionalidad de las ayudas, esto es, previniendo en lo posible la deriva paternalista del estado de bienestar. Para el PM, los ciudadanos no son seres desvalidos a los que debe procurarse auxilio casi por defecto, sino adultos responsables a los que, solo en determinadas circunstancias, el Estado ha de socorrer. Y lo que vale para los nacionales vale para los recién llegados: en las antípodas del furibundo Partido de la Libertad (trasunto del Partido Popular Danés, ultranacionalista y de corte xenófobo), el moderantismo no transige con la criminalización de la inmigración que este practica y se opone con denuedo al endurecimiento de las leyes de extranjería. Con todo, tampoco comulga con la asignación de cuotas a las minorías por considerar que, antes que favorecer la integración, perpetúan los clichés y desincentivan el progreso individual. Análogamente, y a diferencia de la socialdemocracia clásica, que tiene el multiculturalismo por una bendición, el PM considera que el derecho a la diferencia no puede amparar prácticas contrarias a la igualdad de sexos (léase, ablación de clítoris) ni, en general, poner en tela de juicio la superioridad de los valores occidentales. Del mismo modo, el Estado debe garantizar el derecho al aborto, bien entendido que en una sociedad laica no ha lugar a la confusión entre las leyes de Dios y las de los hombres.

A la luz de este credo, la formación de Albert Rivera bien podría hermanarse, siquiera virtualmente, con la de Birgitte Nyborg, pues los ideales que animan a ambas fuerzas son, grosso modo, similares. Sin embargo, y mientras que los dirigentes moderados exhiben su doctrina con apasionamiento, los de Ciudadanos, y con la excepción de Juan Carlos Girauta, no parecen concernidos por la política de altos vuelos, por la política con mayúsculas. Esa atonía, esa renuncia al activismo (en parte, tan semejante al tancredismo del Partido Popular), unida a la ausencia en sus filas de verdaderos cuadros (y a la sobreabundancia, sea dicho, de auténticas nulidades) ahonda en la percepción de que Ciudadanos no es tanto un partido político cuanto una maquinaria electoralista o, por emplear la taxonomía de Josep Ramoneda, un «partido-acontecimiento».

Al contrario que Rivera, arquetipo de dirigente líquido, Nyborg no entiende el compromiso político sin que este vaya aparejado una acérrima defensa de las convicciones. En la temporada 3, en efecto, y tras un tiempo apartada de la primera línea, la expresidenta del Partido Moderado reclama su reingreso en la ejecutiva, alarmada por el flirteo de su otrora íntegro PM con el Partido de la Libertad. Ante la negativa del nuevo presidente del PM, que ve amenazado su estatus, Nyborg funda Nuevos Democrátas (una refundación, de hecho, del PM). La cita de Churchill que encabeza el capítulo tres, «Hay quien cambia de partido para defender sus principios, y hay quien cambia de principios para defender su partido», no es sino el frontispicio de esa ulterior peripecia, que tanto recuerda a los comienzos de Ciudadanos, a aquellos días de 2005 en que quince intelectuales se levantaron contra el sesgo nacionalista del maragallismo. Por apurar la similitud, el hangar de paredes desconchadas donde Nyborg planta la semilla de Nuevos Demócratas no deja de ser un remedo del ya desaparecido restaurante Taxidermista, en la plaza Real, de esa catacumba moral donde los promotores de Ciudadanos alumbraron el manifiesto del que resultaría el partido. A su modo, y durante un sinnúmero de cenas, también ellos hicieron tintinear la taza de café. La doctrina de la Tercera España, piedra angular del ideario de C’s, fue la destilación de cientos de horas de discusiones entre izquierdistas y transversales, liderados, respectivamente, por Francesc de Carreras y Arcadi Espada, que mantuvieron un pulso enfebrecido, pleno de entusiasmo, en el cometido de sustanciar ideológicamente a la futura formación.

Fue precisamente en uno de aquellos conciliábulos donde Espada, el gran inspirador de C’s, planteó la necesidad de que Ciudadanos escapara a la dicotomía izquierda-derecha por el procedimiento de abrazar el método científico; de que Ciudadanos fuera, en resumidas cuentas, un partido moderno. Empleó (aproximadamente) estas palabras: «¿Estamos a favor de la investigación con células madre? Supongo que sí. Pues bien, conforme a este punto, seríamos de izquierdas. ¿Estamos a favor de la despenalización del aborto? ¿Sí? Pues también ese rasgo indicaría que somos de izquierdas. Ahora bien, el hecho de ser contrarios a las cuotas femeninas nos inclinaría a la derecha. Como también nos inclinaría a la derecha la defensa de la meritocracia. Con ello quiero decir que izquierda y derecha son dos categorías vencidas por la realidad, y cualquier partido que se reclame novedoso tiene que superarlas».

La cita figura en Alternativa naranja (Debate), la crónica sobre los diez años de vida de Ciudadanos que he escrito al alimón con el periodista de La Vanguardia Iñaki Ellakuría, y corresponde al momento en que los padres fundadores de Ciudadanos se interrogaban acerca de quiénes eran y adónde iban. Como Birgitte Nyborg, se hallaban frente a un tablón de noticias y habían de depurar el contenido para «tener un rumbo».

El otro gran aspecto de la serie que, por lo que toca a Ciudadanos, es susceptible de comparación, es el círculo de confianza de la primera ministra. Cada vez que Nyborg se sabe en un atolladero, recurre al consejo de su amigo Bent Sejrø, viejo zorro de la política y ministro de finanzas del Partido Moderado. Sejrø simboliza, en parte, la sabiduría de los ancianos de la tribu, uno de esos valores que Rivera ha acabado soslayando (cuando no despreciando) con el pretexto de que su liderazgo no ha de someterse a tutela alguna.

Por lo demás, Borgen es tan sumamente instructiva que ya en su arranque presenta un escenario postelectoral muy parecido al que Rivera acariciaba tan solo dos semanas antes del 20-D. En la ficción televisiva, la victoria de los liberales (equivalente al PP) se revela insuficiente para que estos gobiernen en solitario y deja el paso franco, queda dicho, a un Gobierno de coalición entre moderados laboristas y ecologistas, con Nyborg como primera ministra.

Por eso, entre otras razones, la serie era tan del agrado del presidente de C’s, que hoy debe de verla con ineluctable melancolía.


Jot Down Magazine, 15 de enero de 2016

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