viernes, 9 de mayo de 2014
Leones y huevones
La relación entre el hombre y los animales tiende inexorablemente al trato entre iguales y el apotegma de que éstos carecen de derechos por la razón de que tampoco tienen obligaciones se agrieta ante planteamientos como el del filósofo Peter Singer, contrario a lo que denomina especieísmo, esto es, a la discriminación de un ser vivo por el hecho de pertenecer a una determinada especie. A juicio de Singer, cuyo pensamiento conforma el tuétano doctrinario de las organizaciones animalistas, la existencia de los derechos animales se fundamenta en la necesidad de abolir el sufrimiento o, cuando menos, de minimizarlo, a semejanza del mandato ético que los humanos reservamos para nuestros semejantes.
El pleno del Parlamento catalán ha aceptado hoy a trámite una proposición de ley cuyo objetivo es evitar el sufrimiento de los animales que se emplean en el circo, de los que se dice que "viven privados de libertad, atados, enjaulados o encadenados". No, ninguna de sus señorías ha invocado a Singer; a lo sumo, esta clase de debates no van más allá de la sensiblería estándar, esto es, del hatillo de certidumbres que resulta de la sobreexposición a Mickey Mouse. No soy partidario del circo; sobre todo, porque he asistido a demasiadas funciones como para saber que las fieras sufren, sí, pero no más que el tropel de freaks que las custodia y exhibe, y cuyo espectáculo no se limita a la doma, las payasadas y las piruetas; también llevan a gala su lisiada itinerancia y una siniestra vocación por consagrar la vida a la sonrisa de todos los-niños-del-mundo-y-quienes,-aunque-ya-dejaron-de-serlo,-todavía-llevan-un-niño-en-su-interior. También el gitano que pone a brincar a su cabra al son de la trompeta es a su manera un hombre dichoso.
Dicho lo cual, lo despreciable de esa proposición de ley no es lo que defiende, sino el hecho de que, una vez más, el Parlamento catalán pretenda pasar por una suerte de paradigma de la audacia lo que no es más que el último clavo en el ataúd de un mundo crepuscular, al borde ya de la extinción en virtud del signo de los tiempos. En mi ingenuidad, siempre he creído que los legisladores debían ser mejores que yo; al cabo, soy hincha del Español, aficionado a los toros y entusiasta del boxeo. Lo cierto, no obstante, es que se comportan como esos chupapostes que empujan a la red un balón al que apenas le falta un palmo por entrar. Y al punto celebran el gol como si llevaran dentro al mismísimo Mario Kempes.
Libertad Digital, 7 de mayo de 2014
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