Digámoslo sin ambages: la única diferencia entre la función que hoy ha empezado a celebrarse y el remolino de dimes y diretes en que suelen solazarse nuestros políticos, esos hámsteres de salón, tiene que ver con la mediación de la prensa, y ni siquiera: el espectador recibe hoy a bocajarro lo que el resto del año acaba engrosando el periodismo de declaraciones (oxímoron), por el que las naderías se empaquetan en estilo indirecto.
Por lo demás, me parece preocupante que Rajoy se aflojara los machos para dar rienda suelta al rapsoda que lleva dentro, ese al que no le tiembla el pulso a la hora de trazar un paralelismo, ciertamente premoderno, entre la marcha del país y el rumbo de una nave. "Nos han zarandeado toda clase de turbulencias económicas, nos ha costado mucho dolor, pero el barco no se ha hundido", ha dicho el presidente, remedando, sin pretenderlo, la huera fatuidad de otro navegante, éste ya definitivamente desnortado.
En cuanto a Rubalcaba, provoca desasosiego ver cómo nuestro Fouché de antaño trata de impugnar su leyenda para erigirse en el Papa de las Cortes. "Una crisis moral", iba salmodiando. Porque algo había que salmodiar para desviar la atención del pinturerismo de Navarro y el PSC, que a 600 kilómetros seguían preparándose para ingresar, por la puerta del Príncipe, en el extraparlamentarismo.
Libertad Digital, 20 de febrero de 2013
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