En El valor... se refiere en tono elogioso a Anatomía de un instante, de Javier Cercas, un ensayo novelado que explica los inicios de la democracia en España a partir de las imágenes del 23-F. También usted se sirve de frames icónicos, de escenas de una profunda carga dramática como punto de partida de cada uno de sus episodios: el primer acto del proceso de abdicación de Carlos V, las lágrimas de Clemenceau ante los mutilados en la firma del Tratado de Versalles, la genuflexión de Willy Brandt ante el monumento conmemorativo al levantamiento del Gueto de Varsovia...
Javier es un gran escritor; me atrae su reflexión sobre la memoria y en particular la que lleva a cabo en Anatomía de un instante, un libro de una gran originalidad. En El valor... también yo he partido del instante, sí... De los instantes... Tal vez se deba a que pertenezco a una generación de europeos (la misma que Javier) que ha vivido en un mundo de paz y democracia, que no ha conocido momentos que cambien el paso de la historia (¡por suerte, a veces!). De ahí probablemente que sin que me lo proponga, tienda a buscar esos momentos, y por supuesto el 23-F es uno de ellos. Ahí están Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado, que soportan erguidos las ráfagas de los golpistas, los dos primeros en sus escaños y el tercero encarándolos. Ese día se convierten en leyenda.
Uno de esos instantes tiene como escenario la redacción de Charlie Hebdo, a la que usted, siendo primer ministro de Francia, accede horas después del atentado islamista, cuando los cadáveres aún no han sido retirados.
En ese momento entiendo que estamos ante una de esas rupturas que cambian el mundo, como lo fue el atentado del 11-S, que todos vimos pegados a la pantalla. Aquí me interesa la parte humana. Cuando entro a la redacción de Charlie, lo hago porque los conozco personalmente a casi todos. Y lo que no quiero es que el atentado se tramite como una noticia más, que muera con el día, o acabe alojada en un plano de irrealidad, como en una especie de metaverso... Así que acudo a la escena del crimen. Es una ceremonia de despedida.
Me ha llamado la atención que considere el atentado contra Charlie "el acontecimiento más importante ocurrido en Europa a principios del siglo XXI". Creo que es la primera persona a la que le leo esa afirmación, o cuando menos la primera que conozco que lo expresa de una forma tan rotunda.
Ha habido otros atentados en Europa de una gran trascendencia: los que sacudieron París el 13 de noviembre de 2015, por ejemplo. Y, por supuesto, los del 11-M en Madrid y el 7-J en Londres. En todos ellos hubo más muertos, pero la importancia de Charlie no tiene que ver con el número de víctimas, sino con el hecho de que es un atentado enteramente político. Y con esto no quiero decir que los otros atentados no lo sean. Pero el ataque a Charlie Hebdo, que es la expresión del periodismo, de la libertad, de un sentido de lo francés que entronca con Voltaire, con Rabelais... tiene un componente político tan simbólico que la repercusión es de una potencia increíble, y provoca una oleada de solidaridad única, mucho mayor que la que después tiene lugar con los atentados de noviembre de ese mismo año o el de Niza, un año después. En París, que tiene esa vocación universal, ese valor de capital que representa el mundo, hay una manifestación a la que acuden un millón de personas y medio centenar de dirigentes mundiales, y eso denota que hay un cambio de paradigma. Lo que da comienzo es la época en la que todavía estamos inmersos, la de la guerra contra el yihadismo, con la particularidad de que es un yihadismo que no viene de fuera, porque los terroristas son europeos.
Otro de los autores con los que hay un cierto paralelismo es Stefan Zweig. En cierto modo, su ensayo también es un mosaico de miniaturas históricas, de 'momentos estelares de la humanidad'. Incluso su estilo recuerda en algo al de Zweig; esa prosa ágil, vibrante, impetuosa.
¡Suerte que estoy sentado, porque eso de compararme con Zweig! No, a ver, a mí me apasiona la historia y, ciertamente, me atraen los 'momentos'. Yo no soy de cultura marxista, nunca lo he sido...
Lo deja claro en el capítulo que dedica a Ósip Mandelshtam y a su mujer, Nadezhda.
Así es. Yo vengo de la izquierda republicana y mis héroes son Clemenceau y Camus, por citar dos. La economía, el clima, la geografía y la cultura de cada pueblo son importantes, por supuesto... Pero concedo mucho valor a los seres humanos, a los individuos; detrás de todo gran acontecimiento siempre hay un hombre o una mujer. Y sí, es verdad que eso está en Zweig. Que un hombre, por su calidad intelectual, o su valor, pueda provocar cambios de tanto calado, me parece inspirador. En las biografías de Zweig, además, se advierte el reflejo de la época en que vive: salvando las distancias, Castellio es él, del mismo modo que Calvino es Hitler; y respecto a Erasmo y Lutero podríamos decir otro tanto.
¿Y usted se considera un reflejo de alguno de sus valerosos?
No, no... Me pueden haber inspirado, pero no me comparo con ellos, ni mucho menos. En el caso de Zweig, además, él se siente una víctima de la historia, y eso le lleva a ensalzar a los que, como él, también lo fueron. Lo que sí comparto es su pesimismo histórico.
No me lo ha parecido. Su libro es más bien una invitación a la acción, al compromiso.
Sí, en parte era el propósito. Lo que quiero decir es que estamos viendo renacer la lucha de la democracia contra el totalitarismo, y eso es algo con lo que no contábamos. Ucrania, Israel... Pero sí, hablar de personajes que son capaces de dar un vuelco a la historia no deja de ser una demostración de optimismo. Y en ese punto, el valor, la ética, el coraje... son decisivos.
Hablemos del valor, el gran tema del libro, el atributo que tienen en común sus personajes. A Louise Michel y Georges Clemenceau les une un vínculo de amistad irrompible pese a que profesan ideas diferentes, porque ambos se reconocen en el valor. En ese sentido, hay en todos los personajes un corte de carácter, algo profundamente temperamental. La majestad de Carlos V, por ejemplo, no dista en exceso de la de Zelenski. Uno entrega el timón del mundo y el otro se pone a la vanguardia moral de Occidente, pero los hermana la dignidad, el sobrecogimiento.
Con una diferencia: que la historia de Zelenski no sabemos cómo acaba. Pero lo que es indudable, como digo en el libro, es que la invasión rusa cambia al personaje, lo transfigura. Del mismo modo que Hitler transforma a Churchill, que sin la guerra habría sido un político brillante pero marginal, y acaba encarnando el mundo libre frente al nazismo.
Hay un hilo conductor.
Es Europa, el hilo conductor. A Carlos V y a Zelenski, con todas las salvedades, les une Europa. Me he inspirado mucho en los dos textos de Kundera publicados hace sólo un año: Un Occidente secuestrado. La tragedia de Europa central. Aquí se ve perfectamente que de Ucrania a España, pasando por Checoslovaquia, Polonia, Hungría y por supuesto Alemania y Francia, hay una cultura común: el cristianismo, el judaísmo, la Ilustración, la Revolución francesa, la democracia liberal. En Viena, en Praga, en Madrid o en París, nos sentamos a hablar y nos sentimos europeos a pesar de todas nuestras diferencias. Y este conjunto de valores, esta civilización, es algo que también he querido defender a través del valor, y a través de Camus, Zweig o Mandelshtam, intelectuales imprescindibles para entender lo que somos.
No oculta los defectos de ninguno de ellos. De Carlos V, por ejemplo, señala que no hace lo suficiente para contrarrestar el antijudaísmo, y al Zelenski anterior a la guerra lo retrata como un individuo mediocre, con una trastienda oscura.
¡Claro, son hombres! No creo en el hombre perfecto, si no tampoco creería en la democracia. Y sí, me interesa esa parte no sé si oscura, pero sí de fragilidad. He de decir que en la fascinación por el personaje de Carlos V influye su retiro a Yuste; sin Yuste, tal vez habría sido diferente. Me gusta el azar en la historia. Carlos V no es ajeno a las circunstancias de una dinastía que se está rompiendo, y él llega en el momento en que se está descubriendo el Nuevo Mundo... Francamente, no entiendo que en España no se hable más de este personaje. Un personaje que, sin ser de cultura española, termina siendo tan español, con ese final de Yuste, tan absolutamente barroco.
El libro presenta retazos de su propia biografía. En el capítulo dedicado a Camus, por ejemplo, cuenta que la abolición de la pena de muerte fue la primera causa en la que militó.
Me influyó mucho la literatura. También El último día de un condenado a muerte de Victor Hugo, por ejemplo. Y Clemenceau, que fue otro gran abolicionista. Y Koestler, al que no cito mucho, pero es para mí un personaje importantísimo, como lo es George Orwell, o el mismo Willy Brandt. Y también podría haber hablado de Nikos Kazantzakis, de su relación con la guerra de España. Pero Koestler, insisto, con El cero y el infinito o Testamento español, es capital. Él y Camus son mis dos grandes referencias en este sentido. Y es verdad que cuando tengo 16 o 17 años, se producen en Francia grandes juicios en los que está sobre la mesa la pena de muerte, y en los que es protagonista el gran abogado Robert Badinter, que será el ministro de Justicia que acabará con las ejecuciones. Para mí es un combate no sólo justo, sino también concreto, que me aleja de las grandes ideologías, de las ideologías globalizantes que no llegan a nada y además pueden ser tan peligrosas, como demuestra el totalitarismo comunista. El humanismo, en cambio, libra combates concretos por utopías concretas, que no están fuera de la realidad.
De Churchill y De Gaulle dice que "quieren evitar que el pueblo se haga ilusiones. [...] Apelan a su corazón, pero también a su razón. No buscan halagarlo". Todo un precepto antipopulista.
En general no me gusta decir que el mundo era mejor antes, pero claro, ante personajes como Churchill y De Gaulle... Churchill además fue Premio Nobel; pero no de la Paz, no... ¡De literatura! Y qué decir de De Gaulle; sus memorias son uno de mis libros de cabecera. Dos personajes tan semejantes y a la vez tan distintos; uno, absolutamente inglés, el otro absolutamente francés, pero en ambos encontramos la búsqueda (y el hallazgo) de la palabra justa en cada uno de sus discursos, de sus artículos, de sus libros. Hay una exigencia de verdad en todo lo que dicen y escriben, ¡y eso no los hace menos políticos, al contrario! De Gaulle es la estatua del commandeur, y Churchill tiene una dimensión más humana, con ese físico, sus puros, su whisky, su ironía...
Otro de los rasgos comunes a todos sus personajes es la soledad.
Así es, el liderazgo, porque hablamos de líderes, también implica esa soledad.
Tengo la impresión de que estamos ante el embrión de lo que podrían ser unas interesantísimas memorias.
Llegarán, llegarán, pero me gustaría incluir los capítulos de mi vida política que estén por venir.
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