Véase, por remitirnos a un episodio reciente, la tasa de mortalidad por covid, mayor en hombres que en mujeres (el doble, en algunos rangos de edad). Los medios de comunicación y las instituciones sanitarias despacharon el dato sin inmutarse, y ello en el mejor de los casos. En el peor, lo atribuyeron a factores típicamente masculinos, como la inclinación al alcohol o la predisposición a las conductas de riesgo (por la inobservancia en el uso de mascarillas).
El ejemplo pertenece a Hombres, el exitoso ensayo del economista británico Richard V. Reeves, experto en políticas de familia y de movilidad social, y su corolario no escatima crudeza: «Si los hombres morían en pandemia, era por su culpa, lo cual es falso». Ciertamente, había causas biológicas; vinculadas, por ser más precisos, al sistema inmunológico. No es que la propensión al alcoholismo y la temeridad no tengan una raíz biológica; de hecho, Reeves considera que el desdén por la nature y la postración ante la culture, que tan a gala lleva la izquierda, explica gran parte de los atolladeros en que se hallan los hombres. Lo que estima inaceptable es que una circunstancia tan azarosa como el sexo deba conllevar una penitencia.
Si bien en Hombres el progresismo woke sale especialmente maltrecho «por descuidar totalmente las cuestiones masculinas», no faltan los señalamientos al populismo de corte ultraconservador, al que el autor achaca el error de «creer que la única forma de ayudar a los hombres es restaurando los roles y las relaciones de género tradicionales».
Mas Reeves no se limita a describir el rosario de inequidades que está en el origen de la llamada «crisis de la masculinidad», y del que dan cuenta y razón cientos de estudios. En consonancia con su trayectoria como activista cívico y servidor público (fue asesor de cabecera de Nick Clegg cuando éste ocupó la vicepresidencia en el Gobierno de David Cameron), aventura soluciones. Y este tal vez sea el aspecto más elocuente de lo que cabría denominar, sin temor a exagerar, Informe Reeves: su valor propositivo, su contribución al diseño de políticas fundamentadas en la evidencia científica.
Así, en el capítulo dedicado al hándicap académico de los chicos, plantea que éstos se incorporen a la escuela un año más tarde para que no se vean lastrados por su menor grado de madurez. Es lo que se conoce como redshirting, medida que en Estados Unidos tiene una creciente aceptación en familias de clase alta (para las de clase media y baja suele ser inasumible por imperativos laborales), y que acostumbra traducirse en una reducción drástica de los casos de hiperactividad y de déficit de atención durante la primera etapa, y en un mayor nivel de «satisfacción vital, una menor probabilidad de repetir curso en el futuro y mejores resultados en los exámenes».
Reeves recomienda asimismo primar el acceso de los varones a profesiones HEAL (Sanidad, Educación, Administración y Lectoescritura) del mismo modo que se prima el acceso de las mujeres a profesiones STEM. Y no sólo para paliar la escasez de mano de obra de que adolece el ámbito de los cuidados, con el consiguiente riesgo de colapso sistémico que la pandemia puso de relieve. No en vano, y por lo que toca a la educación, la identificación del alumno con un docente de su mismo sexo tiende a fortalecer la confianza y acrecentar la implicación, y otro tanto ocurre en la relación médico-paciente. Lo que viene a decir el autor, en suma, es que si hay cuotas femeninas en los consejos de administración, también debería haber cuotas masculinas en un jardín de infancia. Los datos, una vez más, blindan su exhortación, que en este punto es taxativa: «La educación infantil [en Estados Unidos] está al borde de convertirse en un entorno exclusivamente femenino. Debería ser motivo de vergüenza nacional que sólo el 3% de los profesores de preescolar sean hombres, que en este momento haya el doble de mujeres pilotando aviones militares que de hombres enseñando en párvulos (ateniéndonos a los porcentajes de cada profesión)». Reeves abrocha su batería de sugerencias con la necesidad de acometer una mayor inversión en FP para, de ese modo, abrir el abanico de rutas hacia el éxito y dejar atrás la «estructura única de oportunidades» que acarrea «la obsesión por la universidad».
Hombres, en definitiva, apela a los gobernantes para que vuelvan la vista a la otra mitad, que nunca como en nuestros días había sido considerada, políticamente hablando, un resto. El fragmento que sigue bien podría condensar dicho llamamiento: «Cerrar las brechas en las que las niñas y las mujeres están rezagadas sigue siendo un objetivo importante. Sin embargo, dados los enormes progresos realizados por las mujeres en las últimas décadas y los importantes retos a los que se enfrentan actualmente muchos niños y hombres, no tiene sentido tratar la desigualdad de género como un fenómeno unidireccional».
Despedidos. «La idea de ciertos círculos políticos de que las ganancias del libre comercio se redistribuirían entre los perdedores resultó ser falsa en la mayoría de los casos. Básicamente, se dejó de lado a las víctimas, se les dijo que pusieran en práctica sus ideas, que se comprometieran con el ‘aprendizaje permanente’. Hasta 2017, por cada dólar que el Gobierno estadounidense gastaba en el programa federal de Asistencia para el Ajuste Comercial de los Trabajadores, se gastaban 25 dólares en subvenciones fiscales a las donaciones de las universidades de élite. En la reacción popular, la élite tecnócrata cosechó lo que había sembrado».
Desastrados. «La perspectiva de formar una familia es un importante incentivo para el suministro de mano de obra masculina. Los hombres que no son proveedores, o que no son percibidos como tales, trabajan menos. Hoy, las mujeres económicamente independientes pueden prosperar tanto si están casadas como si no. En cambio, los hombres sin cónyuge suelen ser un desastre. En comparación con los hombre casados, su salud es peor, sus índices de empleo son más bajos y sus redes sociales más endebles».
Narcotizados. «Los hombres representan casi el 70% de las muertes por sobredosis de opiáceos en Estados Unidos. Casi la mitad de los hombres en edad productiva que estaban fuera de la fuerza laboral en 2016 dijeron haber tomado analgésicos el día anterior, en su mayoría con receta. El aumento de las prescripciones de opioides podría explicar casi la mitad de la caída del desempleo masculino en el mismo periodo. Barómetro y causa. Los opiáceos no son drogas como el MDMA, de inspiración o rebelión, lúdicas, son de aislamiento y retiro. Una de las razones por las que tantas personas mueren por sobredosis de opiáceos es que sus consumidores suelen estar solos».
Suicidas. «Los hombres son más propensos al suicidio que las mujeres, un patrón mundial que viene de lejos, aunque la brecha de género es mayor en las economías más avanzadas, donde los hombres presentan aproximadamente tres veces más probabilidades que las mujeres de quitarse la vida. El suicidio es aproximadamente la principal causa de muerte entre los hombres británicos menores de 45 años».
Rechazados. «Con el aumento del poder adquisitivo de las mujeres, los hombres tienen que superar un listón más alto para convertirse en maridos, pues son percibidos como una boca más que alimentar. Las mujeres son más proclives a buscarse la vida solas que a asociarse con un hombre que se encuentre en una posición económica débil»
The Objective, 22 de enero de 2024.
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