La formulación de conjeturas, es cierto, nunca ha sido ajena al periodismo, y en tiempos de zozobra, cuando el público ansía certezas sobre asuntos de cierta gravedad o que encubren una amenaza crepuscular, urge proyectar escenarios verosímiles, fundados en argumentos atendibles. Se trata de una práctica que, por decirlo a la cateta, está en el ADN de la prensa. Cosa distinta es ir hilando collonades para acabar apostándolo todo al negro.
Es sabido que la crisis del sector, y la consiguiente tiranía del tráfico, atestó las webs de noticias resueltamente orientadas a excitar la curiosidad del usuario para que este pinchara o, por mejor decir, picara. El hecho de que el cebo fuera obscenamente visible, que ni siquiera dejara entrever una vaga voluntad de camuflaje, un prurito de sutileza, añadía una nota de patetismo a la desesperación. Habíamos vuelto, con indisimulada vacuidad, a la edad inefable del «Todo sobre el Barcelona-Las Palmas», el célebre enunciado a cuatro columnas con que abrió en el siglo pasado un periódico deportivo que, por imperativos técnicos (el uso del color), imprimía la portada varias horas antes que la tripa, que aquel día informaba de que el partido en cuestión… había sido suspendido.
No queda sino dar la razón a quienes sostienen que las revistas del corazón van por delante de los diarios generalistas, pues titulares como «La explicación de que Putin camine tan raro», «El motivo por el que puedes perder el Ingreso Mínimo Vital», «Ésta es la razón de que Borrell defienda que no se puede cerrar el espacio aéreo sobre Ucrania» provienen del molde del cuché, de esa venerable fraseología que, en cierto modo, prefiguró el clickbait: «La mujer por la que pierde la cabeza Joaquín Prat», «El misterioso hombre que le ha devuelto la sonrisa a Paloma Cuevas»… El inmarcesible esplendor a los 50.
Lo que había pasado inadvertido, y vuelvo al principio, es cómo algunos opinadores fueron adaptando el folio a las apreturas del negocio y alumbrando una tradición a la que pocos colegas se han resistido, sobre todo porque nunca como en esta vuelta de tuerca se ha hecho tan evidente que no hay profesión donde un traspié tenga menos consecuencias. Valga una selección de recentísimos pronósticos: «Feijóo no tomará las riendas del PP», «Por qué Vox no entrará en el Gobierno de CyL», «Llevaremos mascarilla de por vida»…
Hay, obviamente, un lado positivo. Este tarotismo con ínfulas, y la contumacia en el fracaso de algunos de sus más insignes representantes, nos brinda un método predictivo que tal vez no pueda catalogarse de infalible, pero se le acerca bastante. Se basa, como habrán sospechado, en fiar las certezas, por descabelladas que parezcan, a lo contrario de lo que dicen. ¿Que «esta Champions tiene dueño y se llama PSG»? Vía libre a cuartos. ¿Que «Casado resistirá el desafío de los barones»? Dimisión al canto. ¿Que «Sánchez será presidente ocho años más»? A Feijóo se le abren los cielos.
Desde hace unos días, no obstante, no dejo de temer que alguno de mis antioráculos traspase el ámbito de la política doméstica para proclamar que no va a haber una III guerra mundial. Y me asomo a la prensa, ay, con recio ademán de artificiero.
The Objective, 20 de marzo de 2022
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