De vuelta a la casa, después de que los Mossos nos hubieran
mandado parar y hubieran tomado nota de nuestros DNI (sí, yo también suis un bicho, y no en sentido retórico), el regocijo inicial (pura nerviosidad adolescente, las palabras pasma, papela y spray
batiendo la noche) dio paso a una cierta inquietud. Después de todo,
seguíamos en el pueblo, y no cabía descartar que la policía difundiera
entre la canalla las señas del lugar donde nos alojábamos. El temor se
haría sólido al día siguiente, cuando el alcalde de la localidad arrojó a
Twitter un nombre como quien arroja un venado. Caza mayor. L.
sometió a la consideración del grupo la posibilidad de anular la
reserva en Mas d'en Curto, segunda estación de nuestro tour gastronómico
por la comarca. No le faltaban razones. "Es un sitio algo apartado y
nos podrían estar esperando, o propagarse la voz durante la cena;
bastaría con que un camarero nos delatara." Me vi corrido a boinazos (¡a
barretinazos!) en mitad del campo por una turba amarilla, y ni siquiera
me hizo falta recurrir a la fantasía. Tenía frescas las imágenes del
escrache, realísimo, al juez Llarena en Palafrugell,
urdido en apenas 10 minutos de 'pásalos'. Qué no podrían hacer con 10
horas por delante. Mas un vozarrón entusiasta zanjó la deliberación:
"¡Ni soñéis con cancelar esa cena!". El arroz de Rosa
acabó conjurando el desasosiego, mas no por entero. A esa hora, ya nos
habíamos enterado de que una mujer había sido agredida en el Parque de
la Ciudadela.
Hoy nos reunimos allí, junto a la entrada donde Lidia
recibió los golpes, en una concentración de repulsa a la que asistieron
otras mil personas, pueblo en su más bronca acepción. Como es habitual
en este tipo de actos, la llegada de Albert Rivera y de Inés Arrimadas
fue saludada con gritos de ¡presidente! y ¡presidenta! Horas antes, en
Alella, ambos habían predicado con el ejemplo, convirtiéndose en los
primeros políticos que descontaminaban el espacio público. Veo a Félix Ovejero, Pepe Domingo, Carlos Feliu y demás sospechosos habituales. Juan Carlos Girauta,
conocedor de nuestra peripecia en L'Ametlla, nos saluda cariñosamente.
En ese mismo instante, la multitud clama "Si nos tocan a uno, nos tocan a
todos". Una consigna típicamente feminista, travestida para la ocasión.
No en vano, entre algunos manifestantes parece arraigar la convicción
de que hoy en día no hay nada más antisistema que la defensa del
sistema. El resto es ventriloquía para dummies. De ello da fe una pancarta artesanal que le recuerda a Colau algo vagamente similar.
Al abandonar el lugar, me detengo frente a una locutora de TV3 on the air que
le cuenta a los televidentes las muchas dificultades con que han tenido
que lidiar debido a la hostilidad de los concentrados, que han
proferido insultos contra la cadena. Le habla, exactamente, a lo que ella
considera la mitad de la población.
Apenas a doscientos metros de ese acceso, se alza la Glorieta de la Transexual Sonia, así llamada en memoria de Sonia Rescalvo,
asesinada a golpes por seis skins nazis el 6 de octubre de 1991. Por
estos aledaños, el viento de fronda trae, inexorablemente, su recuerdo.
El Mundo, 29 de agosto de 2018
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