Les propongo un ejercicio insólito. Se
trata de anotar a todas las víctimas de ETA que puedan recordar por el
nombre y, al menos, el primer apellido. Un memorial, en efecto, tan
voluntarioso como injusto y escuálido. Una afrenta, en verdad, para
quienes son pasto de exclusión. En aras de un cierto decoro, me impuse la
obligatoriedad de no infestar la lista de perífrasis. El niño aquel, los
músicos militares de Barcelona, uno al que vigilaba un cura, los dos
polis de Roses (¡la Donostia catalana, llegó a decir el forense Marc
Álvaro!), los niños del cuartel de Zaragoza, el cuartel de Vic,
Hipercor. No. Una vida, me dije, merece un anclaje nominal (eso que en
los periódicos, y a propósito del fútbol, dimos en llamar ficha técnica,
y que también recogía las principales incidencias del encuentro). Qué
menos que un nombre. Éstos son los míos y, obviamente, llevan
incorporada (adosada) la gran incidencia de sus biografías.
Joseba
Pagazaurtundúa, Isaías Carrasco, Melitón Manzanas, Irene Villa,
Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco, Luis Carrero Blanco, José Antonio
Ortega Lara, Carlos Palate, Diego Estacio, Ramón Baglietto, Alberto
Jiménez-Becerril, Ascensión García Ortiz, Ernest Lluch, Fernando Buesa,
Fernando Múgica, Miguel Ángel Gervilla, Manuel Broseta, Carmen Tagle,
Ricardo Sáenz de Ynestrillas, María Dolores González, Emiliano Revilla,
Julio Iglesias, Pilar Elías, Enrique Casas, José Luis López de la Calle,
Cosme Delclaux, José Luis Caso, Gorka Landáburu.
The Objective, 3 de marzo de 2018
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