sábado, 11 de marzo de 2017

La infancia recobrada de Juan Abreu

Debajo de la mesa, el primer volumen de las memorias del escritor cubano Juan Abreu, es una fabulosa decantación de la infancia. Decantación, sí; a diferencia de lo que ocurre en tantísimas evocaciones de la niñez, la de Abreu no es un descenso espeleológico a las simas del recuerdo, sino un retablo vívido, tan vívido que, de hecho, asemeja un diario en que la escritura, de puro natural, se fuera abriendo camino al son de la vida.

No hace mucho, charlando con el autor en su dacha de Valldoreix, le pregunté por ese afán, tan acentuado en sus emanaciones (el blog en que va anotando el modo en que el tiempo va haciéndole mella, esto es, mejor) de suprimir las comas hasta prácticamente desterrarlas de su repertorio, como abjurando de ellas, por esa aspiración, en fin, a hacer de la prosa una seca murmuración, una suerte de ¡emanación! del pensamiento, aérea como la cocina de Adriá. "Las palabras me estorban, eso es todo", me dijo él. En la cima nunca hay nada, pensé yo.

Lo que Juanito ve desde Debajo de la mesa es un mundo en extinción. El banquete de Nochebuena, la exuberancia de los puestos de pescado de la plaza, el zumo de naranja y zanahoria (o berenjena) que, por prescripción dietética, tomaban gratuitamente los escolares... "De todo ello nos fue liberando la Revolución", subraya Abreu, en una letanía que contiene más angostura que amargura. A fin de cuentas, su memoria no es sólo el flagelo que se alza contra el fidelismo, sino también un reducto de felicidad, el lugar en el que confluyen el padre y la madre bailando agarrados en el comedor, el esplendor de la palabra "me-lo-co-to-ne-ro", el descenso en patines de Poey al Malecón, la infinidad de pajas a costa de la China, el estallido de un aguacero (la celebración de la naturaleza se cuenta, junto con los retratos de algunos personajes, entre los pasajes más memorables del libro). Recuerdos en vilo, de los que el autor, cumplidos los 60, desconfía en ocasiones, como si los hechos, en verdad, no hubieran sido, no hubieran podido ser tan asombrosos.

La obra, publicada en el sello Editores Argentinos, ha sido ninguneada por aquellas editoriales españolas que, sin rubor alguno, se siguen proclamando prescriptores de la literatura hispanoamericana. Lógico, por lo demás. Juan Abreu no es una mujer, ni siquiera una mujer joven, y no practica más autoficción que el onanismo. Y sobre todo: no mantiene con su país de origen una relación de amor-odio, sino de odio a secas. O, más precisamente, de desprecio, bien entendido que la dicha es la mejor de las venganzas.


Libertad Digital, 11 de marzo de 2017

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