Teresa Giménez Barbat y Juan Abreu, en el acto inaugural de 1959. |
Luisito está en el germen del sobrecogedor proyecto 1959, más de 300 retratos de fusilados del castrismo, de los que 120 se exponen estos días en el Espacio Léopold, la sede bruselense del Parlamento Europeo. La muestra, auspiciada por los buenos oficios de la eurodiputada del grupo ALDE Teresa Giménez Barbat, lleva el timbre del desagravio. No en vano, muchos de los representantes de la eurocámara, y en particular los encuadrados en partidos de izquierda, no sólo no han repudiado la ínsula patibularia de los hermanos Castro, sino que han celebrado su pervivencia como si se tratara de un horizonte moral. La circunstancia de que los lienzos se hallen en un sala de paso cuasi obligado es deliciosamente perversa. El martes, en la inauguración, no fue difícil apreciar la incomodidad en el rostro de algunos de los andariegos, a los que ni siquiera parece inquietar la más ignominiosa de las evidencias: 1959 es una obra abierta.
En su discurso, la directora de Archivo Cuba, María Werlau, que tanto ha contribuido al conocimiento de los horrores de la dictadura, calificó a Abreu de "patriota cubano". Cuando éste tomó la palabra, lo primero que salió de sus labios fue un desmentido. Le asistían las mismas razones por las que recela de la mística del exilio. Le movía, en fin, la convicción de que si se hubiera quedado en la isla donde nació, "en ese entorno empobrecedor, hoy sería otra persona, peor sin duda". Mas no había tiempo para disquisiciones: "No he intentado hacer retratos convencionales, eso se ve enseguida, sino acercarme a los rostros (muchas veces borrosos, conservados apenas en viejas fotografías) de forma franca y veloz, con el propósito de crear una imagen pictórica poderosa (y musical, en los mejores casos). He huido de la repetición. Cuando las soluciones se me hacían fáciles, he buscado otras, de ahí que a veces haya gran diferencia entre la manera en que está pintado un retrato y otro".
En la singularidad que irradia cada personaje reparó la briosa Ana Palacio, ex ministra de Exteriores y miembro del Consejo de Estado, quien, ya en el cocktail, fue mirando a los fusilados de hito en hito para, con el índice rozando la pintura (en algunos lances, temerariamente), adosarles un adjetivo que devenía en epitafio. En otra esquina, Alejo Vidal-Quadras comentaba con Ginés Górriz y Jorge Ferrer las noticias que llegaban de Cataluña, que en los últimos tiempos ocupa un lugar de honor en cualquier vernissage sobre la infamia. El link llegó de la mano de Javier Nart, que no había precisado de chuleta: "Yo nací en el 47 y hay algo que no podré olvidar, y es aquella España miserable, casposa, donde la verdad oficial y la mentira eran el pan nuestro de cada día, y a los que discrepábamos de esa verdad oficial nos determinaban como antiespañoles. Bueno... hoy en Cataluña a mí me determinan como anticatalán, y es que en último término estamos hablando de lo mismo: del exclusivismo, de la exclusividad, de la exclusión. Esto se llama 1959, y 1959 comienza en un lugar llamado La Cabaña, donde un personaje comienza a fusilar indiscriminadamente, en una especie de brutal justicia llamada 'popular' donde la diferencia entre la vida y la muerte era sencillamente el buen o mal humor que tenía aquella chusma que se decía revolucionaria. Hay una frase que os quería leer aunque sé más o menos de memoria, y que dice: 'El odio es fundamental, porque hace del revolucionario, una implacable máquina de matar'. Bien, son palabras del Che".
Al término del acto, con los asistentes en desbandada, vi que la cineasta en ciernes Helena Espada, con la que preparo un documental sobre Abreu, se hallaba absorta frente al mural. Buscaba, entre los 120, a Luisito.
Fuera, el cielo se iba licuando con morosidad sobre la civilización.
Libertad Digital, 10 de febrero de 2017
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