miércoles, 3 de junio de 2015

Vía crucis

En verano de 2013 publiqué en Twitter un desafortunado comentario sobre la nariz exagerada del cocinero Jordi Roca. Éste, perplejo, me espetó: "¿Y tú te llamas periodista?", ante lo cual me disculpé y borré el tuit, lo que Roca agradeció y no sólo de palabra: a los pocos minutos empezó a seguirme y hoy es uno de mis followers más duraderos. Esa misma tarde, otro de mis seguidores me envió un mensaje en que se solidarizaba conmigo por haber sido víctima de la falta de sentido del humor del repostero gerundense, a quien tildaba, grosso modo, de picajoso. A mí, en cambio, me pareció que había recibido una lección sobre los límites del sentido del humor, y que cualquier lección sobre los límites lleva en el dorso un timbre de humillación, por cuanto son precisamente límites lo que ponemos a los niños. Por lo demás, insisto, el lance se resolvió de forma insólita, ya que lo habitual en Twitter es que a la injuria siga otra injuria, y a ello un rosario de imprecaciones, trapisondas y bloqueos. Me sorprendí entonces, acaso ingenuamente, de que en esa jauría, la norma fuera la descortesía, sobre todo por la clase de excepciones que entrañaba. Me extrañó, por ejemplo, cómo en un medio donde prima la colleja tiende a respetarse la atribución del mérito de una manera tan minuciosa, incrustando el pulquérrimo @vía a la menor ocasión; tan menor, a veces, que da la impresión de que el viario de turno celebra en verdad su dominio del lenguaje, digamos, diplomático, así el comensal exhibe el orgullo de saber que le corresponde el pan de la izquierda. 

En un reciente mano a mano en la librería +Bernat entre los periodistas Pablo Planas y Ramón de España, éste hizo mención de esos españolitos que, tras ciscarse en la clase política por corrupta, choriza, mafiosa, menorera, etc., se descargan ilegalmente el último estreno de Hollywood. "¡Y no se descargan los gintonics porque no pueden!", remachó con su acostumbrado gracejo. Dejando de lado si los tuiteros, además de habitar una pajarera, somos unos pájaros, la figura del internauta bifronte, mitad Charles Bronson mitad Jack Sparrow, no parece muy alejada de la del energúmeno que, tras fajarse a insultos con el famosillo de turno, cumple escrupulosamente con el ritual de citar la fuente, como si los malos modos se avinieran con la etiqueta en lugar de contravenirla. ¿Y cómo explicar que aun el más tosco de los tuiteros dé en citar las fuentes (@vía)? ¿A qué pulsión obedece santiguarse tras la orgia? Mi hipótesis es que detrás del apego a ese protocolo hay una cierta voluntad de imitar el lenguaje del periodismo, de usar las rutinas semánticas de que se vale el oficio. No con la intención de prestigiar el discurso o concederse un estatus algo más lustroso que el de, justamente, usuario. Más bien tiene que ver con que Twitter es ya la Facultad Mundial de Ciencias de la Información, una loca academia del periodismo donde ir sublimando vocaciones frustradas.

No hay más que ver los muchos usuarios que consagran su time line a fingir entradillas y fantasear titulares, a ser, en suma, periodistas, con la salvedad de que no imitan a los periodistas de su tiempo, sino a los de hace 20 o 30 años. Los de su tiempo andan, precisamente, hozando en Twitter para elevar a portada la primera deposición con que se topan. 

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