He recurrido al bloqueo en las redes sociales en raras ocasiones, y casi todas en el contexto de los meses de furia 2017. No todos los bloqueos fueron «virtuales», esto es, de tuiteros que se hacían llamar «Imparapla», «Gracienc», «Pu*a Espanya» o «Destral»; los hubo, y hablé de ello hace quince días, «presenciales» (me resisto a emplear «reales» para categorizar cuanto sucede o cobra entidad al margen de internet). Bien es verdad que en tales casos me incliné, antes que por el bloqueo, por el silenciamiento, a menudo con la voluntad de preservar la amistad, dado el riesgo de que una nimiedad destemplada (un sí o un no, por decirlo con Nathalie Sarraute) terminara por arruinarla.
En lo que respecta a X, no obstante, ignoro cuál de las dos censuras es más nociva para la general concordia. El bloqueo, ciertamente, es más virulento, casi una declaración de hostilidad, por mucho que a veces sea reactivo (qué decir del preventivo, ese que el damnificado descubre de manera azarosa sin que haya mediado roce alguno con su bloqueador; estremece imaginar a un cincuentón, de esos que vive con la madre y el gato, cancelando vidas por anticipado como quien clavetea recortes de supuestos enemigos en la pared de un motelucho).
Con todo, sospecho que el silenciamiento, con su vitola de contención, de solución evitativa, tiende a acantonarnos en una cámara de eco bastante más hermética. Siquiera porque bloquear es un acción beligerante que, llevada al extremo, implica una cierta penalidad. Cómo no evocar a Curro Romero y su perplejidad ante los que le arrojaban papel higiénico: «¡Lo que nunca entenderé es que se tomen el trabajo de ir a comprarlo!». Silenciar, en cambio, es un automatismo sin consecuencias. Los mismos X e IG, sabedores de nuestra natural renuencia al conflicto, nos tranquilizan: «La persona a la que ha silenciado/dejado de seguir no se enterará». Y así, fiados a la «impunidad», amordazamos a discreción hasta convertir nuestra cuenta en una suerte de soliloquio, que lo sigue siendo a pesar de que intervengan otras voces, pues no cabe descartar que sean las que oímos en nuestra cabeza.
Hablo en plural mayestático, pero lo cierto es que he tratado de evitar esta deriva a base de no despegarme de gentes que probablemente votan a partidos a los que yo no voto, y a las que tengo por algo así como una toma de tierra. Sé que es mutuo, y en esa correspondencia entreveo la posibilidad de que España no se nos vaya de las manos. Antes me deshago de imbéciles que de izquierdistas.
Este sábado fue noticia que el ministro Óscar Puente había bloqueado al delegado de Urbanismo, Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Madrid, Borja Carabante, que había posteado este mensaje:
Dos descarrilamientos de trenes en Atocha en 9 días. Hoy, 5 atendidos por@EmergenciasMad. @oscar_puente_ y @sanchezcastejon siguen mirando para otro lado.
A las 18 horas del sábado, al de Carabante habían seguido tres bloqueos más, entre ellos el del alcalde Almeida, que se añaden a los 200 que en noviembre tenía contabilizados La Nueva Crónica. Incluso se había servido para ello de la cuenta del Ayuntamiento de Valladolid. ¡Un tipo con trazabilidad, sin duda!
Nunca he sabido qué hace el poder en X, un medio que propende a la degradación del debate por razones que tienen que ver con el algoritmo, la molicie y el sectarismo. El caso de Ciudadanos, por ejemplo. Poco se ha escrito sobre cómo Twitter vulgarizó sus mensajes hasta hacer de Rivera y sus palmeros una caricatura vergonzante; pioneros, con Podemos, en el uso ponzoñoso de las redes, con el cruasán de Villacís como apoteosis. El culto a ese marketing de plexiglás ha llevado a los partidos mainstream a impartir cursillos para «posicionarse» en redes, esa ciénaga donde «hay que estar, hay que estar».
Pero Puente, y por ello cabe reconocerle como un fiero precursor, ha inaugurado una originalísima extensión del sanchismo: la del bloqueo de millones de españoles (pues eso representa un concejal, un partido, un parlamentario) en nombre de la cordialidad.
La nueva trova vallisoletana.
The Objective, 10 de diciembre de 2013
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