En nombre de la benemérita avellana de Constantí, las huestes de Pep Riera, líder histórico de UdP, marchaban en tractoradas kilométricas o colapsaban las carreteras y autopistas disponiendo una montonera de neumáticos a la que, indefectiblemente, prendían fuego, o asaltaban cada tanto el Departamento de Agricultura, Ganadería y Pesca a fin de dar rienda suelta a su particular tomatina, para lo que solían emplear manzanas, peras o cualquier otra fruta de la que hubiera excedentes.
El cuajo con el que actuaban los payeses era proporcional a la complacencia que les dispensaban los medios de obediencia nacionalista, para quienes no suponía ningún reparo deontológico acreditar las razones del pirómano al pie mismo de la pira. No en vano el pujolismo había extendido sobre la payesía la clase de indulgencia que se reserva a los vástagos, y que obraba, antes que en razón de lo que éstos hacían, en virtud de lo que eran. O habían decidido ser, según la coletilla que el páter añadió a su peculiar concepción de la catalanidad.
Asimismo, y dada su implantación, UdP contribuía a vertebrar Cataluña o, lo que es lo mismo, a desbarcelonizarla, estrategia que tenía su correlato en el desdén con que CiU trataba a los sedicentes sindicatos de clase, y ello pese a que sus secretarios generales, los de entonces y los sucesivos, han hecho suyos todos los mantras del nacionalismo, desde el blindaje de la inmersión lingüística a la petición de libertad para los condenados del 1-O.
Si la Corporación Metropolitana que alumbrara Maragall fue una precuela institucional de la moderna Tabarnia, el germen de Tractoría y sus CDR hay que buscarlo en aquel sindicato de payeses que tenía su órgano de expresión en los Telenotícies.
Viene esto a cuento de cómo los medios catalanes financiados por el erario, entre los que, además de TV3 y Catalunya Ràdio, se cuenta una vasta red de cadenas comarcales o diarios digitales de la calaña de Vilaweb, cuyo editor, Vicent Partal, aventuró que los servicios policiales españoles estaban detrás del atentado islamista de las Ramblas; de cómo ese entramado, en suma, cuya capilaridad alcanza a la prensa de referencia (y ahí está el editorial único promovido por La Vanguardia), lleva casi cuarenta años mediatizando la conversación pública para construir (debo reconocer que con éxito) el denominado «espacio comunicativo catalán».
La expresión se debe a Enric Marín y Joan Manuel Tresserras, dos activistas de izquierda radical que se conocieron a mediados de los años setenta cursando el COU en la Academia Granés, y que, desde entonces, forman el que probablemente sea uno de los tándems político-intelectuales más longevos de España.
Por aquellos días frecuentaban un círculo de inspiración sacristanista llamado Enseñanza y Revolución, y durante la Transición se enrolarían en Plataformas Anticapitalistas, un grupúsculo radicado en algunas localidades del Vallés, y vinculado, a su vez, a la Organización de Izquierda Comunista. El leitmotiv de su praxis era conciliar, en un mismo frente emancipador, la revolución obrera y la independencia de Cataluña, y aún hoy, con los necesarios empastes a que obligan la historia y el ejercicio del poder, le siguen dando vueltas al asunto con la misma tenacidad con que a mediados de los años ochenta abogaban por la aniquilación del régimen de 1978, a rebufo de los movimientos anti-OTAN, antimilitarista, insumiso, etcétera. Hasta 1987, ya como militantes de la Crida [a la Solidaridad en Defensa de la Lengua y la Cultura Catalanas], no abjuraron (cuando menos en el plano teórico) del uso de la violencia política; esto es, de la legitimación del terrorismo. Bien es verdad que hizo falta que ETA asesinara en Hipercor a 21 personas.
El lector se preguntará a qué detallar la trayectoria del ticket Marín-Tresserras. La razón es que el primero fue decano de la Facultad de Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona entre 1991 y 1995, y el segundo dirigió el Departamento de Periodismo de dicho centro (el único de la especialidad, en la época) entre 1991 y 1993. En efecto, dos wanabees sin experiencia en el oficio y cuya única ocupación había sido socavar el Estado de derecho, regían, en vísperas de los Juegos Olímpicos, la cantera del periodismo catalán.
Ya en el cogollo de ERC, Tresserras fue consejero de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, consejero del Consejo del Audiovisual de Cataluña (2000-2006) y, entre 2006 y 2010, consejero de Cultura y Medios de Comunicación de la Generalidad de Cataluña. Marín, por su parte, ostentó el cargo de secretario de Comunicación del Gobierno de la Generalidad entre 2004 y 2006.
Esos payeses que, día sí y día también, se enseñoreaban del prime time para, entre banderas independentistas y caucho quemado, proclamar que la interlocución con el consejero catalán de turno, aun siendo mejorable, era más fluida que la que mantenían con el ministro español del ramo, al que solían presentar como un marciano, eran algunos de los protagonistas habituales del «espacio comunicativo catalán» que, desde su nacimiento, fue TV3. Desde su nacimiento, sí. Marín y Tresserras, en cierto modo, no hicieron sino perseverar en la organización de un ecosistema mediático a partir del eficacísimo modelo de Alfons Quintà, basado en un diseño aseado, formatos precursores y una resuelta vocación de modernidad que, contrariamente a las apetencias primigenias de Pujol, rehuyó el folklorismo. (La pertinaz exaltación del Barça jamás tuvo un carácter folklórico, sino político, el mismo que le reservó Manuel Vázquez Montalbán al identificar al club con el ejército civil desarmado de Cataluña.)
Sea como fuere, programas como Oh, bongònia, Cinema 3, Àngel Casas show, Tres i l’astròleg, La vida en un xip, 30 minuts, Thalassa, o series como L’escurçó negre, Els joves y Sí, primer ministre, no sólo cosecharon audiencias más que respetables; además, confirieron a la cadena una vitola de prestigio que, en círculos nacionalistas, llegó a propiciar la comparación con la BBC.
En sus inicios, y con la salvedad del tratamiento del caso Banca Catalana, TV3 no se prodigó en el antiespañolismo o el soberanismo de una forma desinhibida, consciente, militante. Ni siquiera tuvo la necesidad de proclamar a Pujol «catalán del año». Lo cual no quiere decir que en su redacción no se fuera afianzando un campo semántico sobre el que ir fundando un reino. El uso sistemático de expresiones como «el Principat», «Estat espanyol», «les Terres de l’Ebre», «les comarques gironines» (para evitar decir «provincia», que equivalía a aceptar la organización administrativa española) devino en una suerte de neolengua que, aun en dosis homeopáticas, tendió a caracterizar España como una otredad.
A ello contribuyeron artimañas como que sus gobernantes llevaran cosido el gentilicio a fin de denotar extranjería (Felipe González era el «presidente del Gobierno español», mientras que Jordi Pujol es el «presidente» a secas) o mandatos como el que constreñía el parte meteorológico a un territorio mítico: els Països Catalans. Incluso el preámbulo de las retransmisiones de los partidos de la Liga, máxime cuando los contendientes son dos equipos no catalanes, destilaban el tono de una indómita expedición al tercer mundo: les saludamos desde el Bernabéu, el lugar donde a los accesos se les llama vomitorios.
Paradójicamente, el superlativo despliegue de corresponsales con que TV3 intentó inocular a la audiencia una visión catalana de la realidad, nada tuvo que ver con la información que aquéllos transmitían, por lo demás insípida, de una vulgaridad diríase que deliberada. No, de lo que se trataba era de ir poniendo chinchetas en el mapa. En puridad, las primeras embajaditas no fueron esas oficinas en el exterior que levantaron tanto revuelo, sino las que encarnaron Llibert Ferri, Ramon Rovira o Montserrat Besses. Con la crucial salvedad de que a medida que el mundo parecía agrandarse, era su ombligo el que en verdad lo hacía.
En cierta ocasión, a finales de la primera década de este siglo, me tomé la molestia de anotar las noticias de que había constado el Telenotícies. Éste fue el resultado:
Nacional
El diputado de ERC, Joan Tardà, lamenta que la iniciativa de Garzón haya quedado en «agua de borrajas».
La reforma de la política agraria común reactivará las movilizaciones de los agricultores catalanes.
La policía carga contra los manifestantes que protestaban en Barcelona contra el Plan Bolonia.
La Caixa participa en la subasta de ayudas del Gobierno para facilitar el crédito a particulares y empresas. Criteria (filial de La Caixa) planea vender su participación en Repsol a la petrolera rusa Lukoil.
La nieta de Carles Rahola arrastra secuelas psíquicas debido a la condena a muerte de su abuelo por el régimen franquista.
Los restaurantes catalanes Manairó, Cinc Sentits, L’Aliança, L’Angle y Els Tinars, galardonados con una estrella Michelin.
Internacional
Llamamiento de la sociedad civil congoleña a Naciones Unidas.
Deportes
Maradona debuta al frente de Argentina con una modesta victoria frente a Escocia.
[El fenomenal despliegue (con rueda de prensa incluida) del Escocia-Argentina precede al ínfimo resumen del España-Chile.]
El Real Madrid de baloncesto va de mal en peor.relato autobiográfico al libro de la Maratón de TV3.
TV3 se une a la campaña de Unicef para paliar la mortalidad infantil.
Estábamos, me dije, ante una de las expresiones mejor acabadas del desiderátum de Marín y Tresserras, que bien podía resumirse en un casino de provincias donde sólo se sirvieran cigalós..., y donde la indiferencia respecto a España fuera deslizándose hacia el desprecio para, al cabo, romper en odio.
El humor fue la mejor vaselina para que ello se naturalizara y, sobre todo, para ganarse el favor de quienes, en otro registro, se habrían declarado ofendidos. No hay que desdeñar, además, la circunstancia de que de un tiempo a esta parte, el político, cualquier político, debe fingir que encaja las burlas con deportividad para granjearse el aprecio del cliente. Que la biblia del populismo exige felicitar a quien te escupe. Sí, me refiero al programa Polònia, en el que todos los políticos son objeto de parodia, pero el escarnio, la máscara del fascistilla descerebrado, sólo se ciñe a los constitucionalistas.
El germen de ese histrionismo, diáfano precedente de la revolución de las sonrisas, data de 1993, cuando el humorista Quim Monzó ridiculizó en un monólogo a la infanta Elena. El programa en cuestión se llamaba Persones humanes y lo conducía Miquel Calçada, un chistoso con malas pulgas que se valía de la comicidad para denigrar a los españoles, a quienes calificaba de catetos, intolerantes o, tal fue el caso de la infanta, retrasados mentales. Hasta que la Casa Real, con su acostumbrado apocamiento, hizo constar su enfado, Calçada tuvo carta blanca para exhibir, como parte del decorado, una fotografía de la primogénita de los Borbón en un gesto no precisamente favorecedor
El humor a la catalana, por cierto, abre una puerta de la que dejaré tan sólo un apunte. TV3 es, además de un gran comedero regional (la menjadora, en vernáculo), el epítome de la economía circular. La subcontratación, a precios de escándalo, de la mayoría de los programas a productoras afines al régimen ha propiciado que gentes como Toni Soler, Antoni Bassas, Xavier Bosch o Albert Om figuren como accionistas privadísimos de, por ejemplo, el diario Ara, en un caso paradigmático de desviación de fondos públicos en ara(s)... del espacio comunicativo catalán. Gracias a ese mismo confusionismo, Jaume Roures y Tatxo Benet, dos avispados redactores de la sección de deportes (dos Minguellas con ínfulas), erigieron Mediapro.
Si hubiera que señalar el día en que TV3 evidenció a las claras, con impasible desfachatez, quién mandaba en los platós, cabría remitirse al debate electoral en que Artur Mas espetó a Albert Rivera: «Imagínese si somos flexibles que incluso le dejamos expresarse en castellano en esta televisión».
TV3, sí. Pero nada hubiera sido posible sin la renombrada cobardía de los catalanes. Individuos que en privado proclaman su desafección al régimen, o que se dicen hastiados de la permanente exaltación de la identidad en que consiste la política doméstica, y que en público se ponen de perfil ante asuntos más o menos delicados, no sea que la defensa de tal o cual punto de vista les lleve a perder el cargo, la subvención o la herencia. Que semejante apocamiento se haya emparentado con algo parecido a la prudencia es otro de los muchos equívocos que penden de la idiosincrasia de mis convecinos. Por descontado, si hay un gremio en que la flojera de piernas es particularmente flagrante, ése es el periodístico, donde una exclamación arquetípica de máquina de café podría ser, muy verosímilmente: «¡No me digas que estás de acuerdo con Cayetana!».
Capítulo de la obra coral El libro negro del nacionalismo. La ideología totalitaria que ha conducido a Cataluña al desastre (Deusto)
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