Después de siglos leyendo jeremiadas contra la amenaza que supone para la libertad la divulgación de datos personales, el pueblo no ve el momento de anunciar que ya ha recibido los dos sacramentos vacunales, con selfie incluido y anotación de marca y lote. Mas no hay cuidado. Con el flemón del brazo todavía caliente en Twitter, hay quien clama contra el reconocimiento facial por IA.
Las mujeres han sido algo más recelosas, a sabiendas de que dar noticia del pinchazo equivale a revelar no ya la edad, sino su pavorosa franja.
Ni la inminencia cotidiana del colapso asistencial ni las acusaciones a Ayuso por parte de la izquierda de estar desmantelando la sanidad pública fueron incompatibles con los flashmobs en los hospitales, un ritual que al principio se me hizo bola, y que hoy tengo por un ixultante endicio de democracia. No íbamos a autoaplaudirnos únicamente los civiles.
En la presentación en Madrid del diario de la exeurodiputada Teresa Giménez Barbat (Mil días en Bruselas; Editorial Funambulista), coincido con Ramón Arcusa y su bellísima esposa, Shura Hall. Ambos rebosan lozanía, vitalidad, y hambre de veraneo ciertamente envidiable. Hablamos de sus memorias, sobre todo de la parte que dedica a su juventud, un fresco de la Barcelona franquista a contrafibra del género, y donde abundan los catalanes que, como el propio Arcusa, vivieron despreocupados de la política. Hay pasajes en que incluso se les presume una nota de felicidad. Una osadía, sin duda.
Sólo de camino a casa, caigo en la cuenta de que Resistiré devino en marzo de 2020 nuestro primerísimo auxilio.
The Objective, 2 de julio de 2021
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