En vez de explorar esa vía, que es lo que otorgaba sentido a Cs, se obstinó en el sorpasso al PP, es decir, en refundar el mismo bipartidismo que tanto había denostado, aprovechando el lapso de debilidad de la que ya consideraba una formación en almoneda. Es cierto que tras el pacto en el Parlamento de Navarra tal vez ya no hubiera vuelta atrás, pero también que hasta ese momento no hubo ningún intento serio de construir una alternativa al Acuerdo Frankenstein.
Tampoco hay que desdeñar la irresponsabilidad en que incurrió Inés Arrimadas al abdicar de la obligación de presentar su candidatura en el Parlamento de Cataluña. Bah, ¡no tengo ninguna posibilidad! Como si exponer el proyecto de una Cataluña constitucionalista no hubiera contribuido a normalizar ese mismo horizonte.
Resumiendo: Ciudadanos, cada vez que se le ha presentado la ocasión de ejercer el poder o de establecer un vínculo real con su ejercicio, ha tomado la peor decisión posible.
Este despilfarro de su capital político no se puede entender sin tres factores: 1) El liderazgo hipertrófico de Rivera, que jamás admitió la más mínima enmienda. 2) Una estructura de partido al servicio del César, con una guardia pretoriana discretísima, sin bagaje formativo ni grandes convicciones, y cuya principal misión no fue sino detectar y aplastar a los críticos, a veces por acción y casi siempre por omisión. 3) Un estilo de hacer política basado en la reiteración de eslóganes de vuelo bajo, los zascas tuiteros y el desprecio a cualquier indicio de intelectualidad. Ninguno de los tres se puede entender sin los otros.
La actual entrada en barrena de Cs es sólo la decantación natural de un partido que, desde su nacimiento, ha sobrevivido de manera milagrosa a sus propios errores, desde Libertas, el Yoyas y el perro Lucas a los abracitos catalanes, el contumaz Aguado y la chapuza murciana. Incluso el suicida más torpe acaba acertando tarde o temprano.
The Objective, 26 de marzo de 2021
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